El amor es como un cuchillo: Puede servir para rebanar zanahorias, o para untar dulce de guayabas en el pan. Pero a la vez puede servir para cercenar miembros o para cortar los vasos del cuello.
El amor no puede definirse porque tiene que ver con la naturaleza de uno mismo. El león matará al más débil para alimentar a sus crías. El parásito sembrará sus huevos buscando resguardar su especie. El pingüino tendrá una sola compañera en su vida…
El amor es propio de cada ser. Como los genes. Como las huellas. Es por tanto injusto pedirle a una gallina que le siga el paso a un avestruz, o a una iguana que iguale la belleza de un pavo real. De ningún modo un dromedario podrá tumbar a un rinoceronte, ni un rinoceronte resistirá tanto en el desierto como él.
No puede definirse el amor. En cambio si se puede sospechar su concepción y su mecanismo interno. El amor es egoísta: Nadie estará con nadie que no se acomode a su modo, ni amará a nadie que tenga discrepancias con su ser.
Es más, podría decirse que uno busca – conciente o inconcientemente- la otra mitad que le acomode a sus impulsos de comportamiento.
No hay engaños, ni culpable, ni víctimas. Si uno se une con un tigre sabe que su fuerte no serán las caricias. O si se enlaza con un pez, sabe que no dejará el mar.
Pero tal vez uno tiene personalidad de pollo y necesita vivir para ser devorado. O complejo de perro que a pesar de apalearlo vuelva y vuelva a lamer la mano castigadora.
El Amor es eso: Un cuchillo. Y no depende de que se espere de él : sino de cómo maniobre en la mano de quien.
¿Te animas a ver que es lo que puedo hacer con un objeto filoso?