Entró en la frutería que le había endulzado los espacios de otros sueños. Halló a los compradores de siempre y su recurrido silencio al verlo, inquietándole esta vez la novedad de las miradas. La indignación de siempre avanzaba en sus rostros caídos camino de la rabia. Guardando su turno de cola comentó a su escolta: "Conozco esa sensación… Con frecuencia me indigno y rabio". Éste tensó sus músculos al observar en los clientes un dominó de cabezas alzadas. "¡Se lo dirá usted o tendremos que hacerlo nosotros!" -vociferó una de ellos dirigiéndose al frutero. "Es usted el responsable indirecto de todos los muertos y heridos... No le venderé más manzanas". Así le habló el contundente nervioso. Aquella mañana de domingo despertó en su palacio presidencial sin entender nada.