El dueño del cine, baboso carcaman, piensa en la acomodadora de caderas anchas y pechos ondulantes y se le hace agua la boca. Esta vez, cuando termine la última función, imagina, no se va a quedar con las ganas, por las buenas o por las malas.
La muchacha, cansada de ir y venir por los pasillos, sólo conserva su empleo para conocer al que la observa siempre desde la cabina de proyección, con unos ojos enigmáticos y penetrantes. Lo intentará esa misma noche.
El proyectista, enclaustrado por su horrible deformidad, ha decidido abandonar ese antro donde vive y trabaja todo el día. Cuando la sala esté vacía, el plan es raptar a la morocha pulposa y dar su merecido al viejo explotador.
Todo está dado, pues, para que se desate una tragedia en el cine Notre Dame, de París. Tragedia que los periodistas con poca imaginación calificaran, al día siguiente, como de película.
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