El Destino o el Sincronismo
Si está comenzando a leer estas líneas y no cree en Dios o en el Destino o en la sincronización de dos o más eventos al mismo tiempo, le sugiero que deje de leer porque perderá su tiempo que me imagino le es muy valioso.
Este relato está basado en una realidad que me sucedió por los años noventa del siglo pasado, Me gusta eso del siglo pasado, me hace sentir como una reliquia. Cuando viajo a un lugar que no conozco aunque hable el idioma, compro todo un paquete ya acá, porque sale más barato que comprarlo en el país del destino. Me hago buscar del aeropuerto, llevarme al hotel que ya fue elegido y es parte de ese paquete de viaje. Así que cuando por los años noventa viajé con mi esposo a Disney en Orlando, Florida, U.S.A. estaba todo organizado para pasar a la vuelta dos días en Miami Beach. Llegamos al hotel que era uno de tres estrellas que acostumbro a tomar, y las toallas aunque olían a detergente y aparentemente estaban limpias, tenían manchas de los usuarios anteriores. A los empleados del hotel les tomó media hora para traerme unas sin manchas. Salimos para ir a un shopping que yo conocía de un viaje anterior que había hecho. Mientras esperábamos el bus, lógicamente hablando en español, se nos acercó un matrimonio y nos preguntó también en español, si ese bus iba al shopping. Y así comenzamos a charlar. Le pregunté a la señora si el hotel en el cual se estaban hospedando era limpio y me contestó que sí. Me acordé del nombre que era Hotel Dilido. Como ya al día siguiente nos íbamos de Miami, no nos pareció conveniente por una noche cambiar de hotel.
Pasaron dos años y nuevamente deseaba viajar a Orlando esta vez sola, terminándolo en Miami Beach. Fui a una agencia de viaje y pregunté por un paquete con el Hotel Dilido. El joven que me atendió sin fijarse en el catálogo con los precios me dijo que ese hotel era caro. Así que desistí como destino en Miami.
Esa noche llovió, así que a la mañana siguiente decidí en vez de ir con mi perra a pasear por la playa como usualmente hacía, dar solamente una vuelta por las calles cercanas. Doblé la esquina y vi en la tierra una cajilla de fósforos o cerillas como también se le llama, bastante mojada por la lluvia y algo sucia. Me pareció leer algo, pero para estar segura la levanté y no pude salir de mi asombro: era una caja de fósforos del Hotel Dilido en Miami Beach! Hay que ver la situación; Uruguay queda en Sud América debajo donde termina Brasil a más de diez horas de viaje en avión de los Estados Unidos. Ya sería una sensación encontrar esa cajilla en Montevideo, pero encontrarla a la vuelta de mi casa a veinticuatro kilómetros de la capital, eso ya era algo dirigido.
Así que fui a otra agencia de viaje y pedí el precio de un paquete pero con el Hotel Dilido. La señora que me atendió miró el precio y vimos que era un hotel de tres estrellas como acostumbro a pagar. Se ve que el joven de la primera agencia o no sabía o se confundió con el nombre del hotel. El episodio se lo conté a personas amigas diciendo que no pensaran que cuando yo iba a entrar a ese hotel iban a aplaudirme y decirme que yo era la millonésima huésped de ese lugar y que me gané un auto convertible. Decía que realmente no sabía porque tenía que ir ahí.
Llegué en la mañana al hotel y después de dejar mi valija en la habitación bajé para dar una vuelta. En el hall fui interceptada por una promotora de habla española que trató de inducirme para ir a una reunión en donde se vendían apartamentos de tiempo compartido. Le dije que no me interesaba, pero ella siguió diciendo que me iban a buscar, que había un almuerzo gratis y que me daban un regalo, y que todo eso no tomaba más de una hora. Bueno, los regalos siempre vienen bien, así que le pregunté cuales eran. Había una cena para dos personas que no me interesaba, entradas para Disney World que tampoco me interesaba ya que venía de ahí, y otras cosas, hasta que llegó a que si iba, me daban cuarenta dólares y dos entradas para un casino flotante. Como en Florida estaban prohibidos los casinos, había barcos que con los interesados en jugar, salían de las millas que pertenecían a Estados Unidos y ahí se daba rienda suelta al vicio. Como eso tampoco despertó mi interés, pero si el dinero, le pregunté a la señora si yo iba aunque no comprara nada, ella recibía su comisión. Al decir que se la daban me decidí a ir. Me buscaron en una limousine de esas como se ven en las películas de Hollywood, todo en cuero, asientos que podían abrirse para hacer una cama para dos o más, con un televisor y un bar en el fondo y el que manejaba bien adelante. Una vez en el lugar fui atendida me imagino por un alumno del FBI o de la CIA por el lavado de cerebro que me hicieron tratando de convencerme para comprar un apartamento de tiempo compartido. Yo tenía a favor que sabía que no iba a comprar uno, el perdedor fue el vendedor, que usó todo
lo aprendido y su encanto personal para convencerme. Pero no lo logró. Llamó a su superior que vino con una sonrisa la cual se le borró cuando vio que estaba pregonando a una pared de granito. Así que bastante contrariado, hizo una cruz bien grande en la hoja y me dijo que tenía prohibido volver ahí durante dos años. No le quise decir para no contrariarlo más que no tenía ningún interés en volver dentro de dos años ni nunca. Me dijo que pasara por la oficina ahí me iban a dar los cuarenta dólares. Todo eso no duró una hora como la promotora me lo dijo sino tres largas horas. Ya no me llevaron de vuelta en esa limousine, sino en un coche común que me dejó cerca del hotel. Con ese dinero me compré varios libros que me valieron la pena esas horas perdidas ahí.
Al día siguiente que era el último en Miami, bajé para regalarle las entradas al casino a la promotora que tenía interés en ir con su esposo. Cuando me acerco la veo hablar con una señora. La promotora cuando me ve le comenta a la otra que yo fui también ayer a ese lugar. En eso la señora que resultó ser argentina me pregunta si también yo estuve más de una hora ahí. Se lo confirmé. En ese momento vino su esposo, se despidieron y cada cual se fue por su lado. De noche bastante tarde salía el avión a Montevideo, vía Buenos Aires. Esperando en el aeropuerto, veo llegar al matrimonio argentino que también viajaban en el mismo avión. Nos saludamos y no los vi más al entrar a la cabina. Estábamos ya en pleno vuelo, cuando de pronto la azafata primero en inglés y luego en español pregunta si había un médico a bordo. Como no soy uno, no me importó saber lo que pasaba. Al rato tengo que ir al baño y cuando salgo mirando al costado veo en el piso acostada a la argentina con las piernas en alto sostenidas por su esposo. Ahí si me acerco a ella preguntándole que le pasaba.
Quizás por los nervios tuvo un bajón de presión y empezó a sentirse mal. Un médico que viajaba con nosotros le recomendó acostarse y subir las piernas para que la sangre fluyera al cerebro. Le pongo la mano en la frente diciéndole que le voy a dar energía para que se sintiera mejor. En eso ella me toma de la muñeca y dice “yo creo en eso, yo creo en eso”. Después de unos minutos ya mejor, me despedí de ella diciendo que si me necesitaba no estaba yo lejos. Como no vino, me imagino que el resto del viaje lo pasó bien. No la vi más.
Acá termina el relato. Me pregunto: porque el Destino me juntó con todas las personas que me enfilaron al Hotel Dilido. ¿Para que? Como la sincronización fue tan perfecta que yo bajé en el momento exacto para conocer a una argentina que horas más tarde yo tenía que dar energía. ¿Por qué? No creo que ella fuera un ser especial, por lo menos no me pareció a mí. Que fue lo que motivó al Destino para mover todos esos hilos para que nosotros, nos encontráramos en el lugar y hora específica. Quien puso en el suelo a la vuelta de mi casa la cajilla de fósforos para que yo fuera a ese hotel. ¿Que motivos hay detrás de todo eso? Yo como simple mortal no lo se. Quizás la argentina al regresar a su hogar relatando a parientes y amigos lo sucedido, contó que una mujer le pasó energía cuando se sintió mal, y que ella podía dar fe que esa energía resulta positiva.
Me he dado cuenta que muchas cosas en nuestras vidas están sincronizadas con eventos o personas, pero que la gran mayoría a la cual le sucede lo ve como casualidad. Ya en un trabajo anterior lo dije, y lo vuelvo a repetir. La casualidad no existe. Todo tiene una causa. Somos nosotros que en nuestra ignorancia creemos que somos los artífices de nuestra vida, y que todo lo que hacemos es dirigido por nuestra voluntad. Que equivocados estamos. Cuando despertemos de nuestro sueño prefabricado quizás seamos más humildes, tolerantes y pacíficos que aunque somos una chispa de Dios de dioses no tenemos nada.
Que tengan un hermoso día, les desea de todo corazón Viola
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