Siempre hacía el mismo recorrido; las mismas calles, las mismas casas, el mismo paisaje. Transitaba perdida en sus pensamientos, mirando sin ver, diciendo adiós, hola, qué tal, sin tener conciencia cabal de a quién se lo decía. Los días transcurrían uno igual al otro y al otro y al otro. Su vestimenta se adecuaba a las bondades o inclemencias climáticas, sin ser extraordinaria, ni brillante, ni estridente. Así, en medio de esta monotonía, arribaba diariamente a su trabajo. Buscaba cuidadosamente las llaves en su sobria cartera y abría el local; encendía las luces, repasaba el decorado, perfumaba el lugar y aguardaba con ansias la llegada del primer cliente. Era en ese preciso momento, cuando cambiaba de actitud. Sus ojos, casi inexpresivos, brillaban, sus labios se abrían en una hermosa sonrisa y dejaban al descubierto unos dientes blanquísimos, sus manos finas, de dedos largos y uñas muy cuidadas, se movían con avidez mostrando los diferentes productos. Lo notable en ella, era su maestría en el arte de vender, Su arte no tenía límites. Los dividendos del negocio eran excelentes. Los dueños aumentaban sus ganancias rápidamente y, sabedores de quién era la artífice del progreso comercial, la recompensaban mes a mes con sobresueldos más que interesantes y que nadie sabía qué destino les daba. Las conjeturas eran miles…. Certeza, ninguna.
Los comerciantes vecinos sentían una intriga casi morbosa por descubrir el secreto que hacía que ese negocio y no otro, vendiese mensualmente cifras siderales. Con seguridad, se hubiesen aliado con el mismo demonio para saber por qué todas las personas que allí entraban, salían con su compra bajo el brazo. Ni uno solo fallaba; todos compraban; todos lucían felices las bolsas y paquetes con la marca del local.
Un misterio mudo y creciente, la envolvía. Variados comentarios y versiones sobre ella servían de alimento diario a las vecinas chismosas que barrían la vereda, a otras mujeres y a algunos hombres de negocios que se afanaban en buscar ideas novedosas y salarios tentadores para conseguir a esa invalorable vendedora.
Ella permanecía ajena a la telaraña que tejían a su alrededor. Intrigaba también su vida tan hermética y diferente al común de la gente. ¿En qué gastaba?¿En qué invertía?¿Cuándo salía?¿ Con quién vivía ???? Era excéntrica o simple? ¿ Inteligente o habilidosa? Indiferente a todo tipo de elucubraciones, ella seguía trabajando y vendiendo. Las ofertas de nuevos empleos comenzaron a llover y ella, a diario rechazaba todos los ofrecimientos y propuestas, ya que la lealtad y la fidelidad parecían ser sus grandes virtudes. Sus patrones redoblaban mensualmente su apuesta para no perderla.
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Una fría y triste mañana invernal, de esas en que la bruma todo lo envuelve y la helada, se deposita en los charcos de las esquinas, las persianas del negocio permanecieron bajas. ¡Qué extraño! Abrir más tarde, imposible. Desde hacía diez años, todos los días, exactamente a la misma hora, ni un minuto antes ni uno después, el negocio cobraba vida. Pasaron semanas y las persianas no se levantaron. Las preguntas surgieron rápidamente ¿qué pasara? ¿ A dónde habrá ido? ¿Dónde vivirá? ¿Estará enferma?... De vacaciones, imposible, esa palabra no figuraba en su diccionario. A medida que los días transcurrían, el cotorrerío aumentaba; todos hablaban de ella. Se publicaron avisos en los diarios, y como no conocían ni siquiera su nombre; sólo la identificaban como LA VENDEDORA.
Todos hablaban de ella y nadie, realmente, la conocía. Todos la querían y no la tenían. Todos la buscaban y no la encontraban. Todos cuchicheaban y nadie acertaba. La búsqueda siguió en forma frenética, hasta que el tiempo con su magia, logra que todo se diluya. Los avisos dejaron de publicarse, los comentarios se aquietaron, pero nadie la olvidó. Cada tanto y en diferentes ámbitos se oía la misma pregunta: ¿Qué habrá sido de la vendedora?
Mientras tanto, lejos, muy lejos de ahí, en una ciudad totalmente diferente, con otras costumbres e idiomas, en medio de un enorme, colorido y oloriento mercado, una mujer de ojos negros, pañuelo atado detrás de las orejas y una larga pollera, armaba su puesto de venta. Nadie la conocía, era una más en ese mundo de gente. Había llegado un día desde muy lejos acarreando, sus sueños, sus penas, sus deseos y sus anhelos junto con su equipaje. Había entrado casi sigilosamente, sin despertar curiosidad ni intriga ni asombro. Se movía con soltura y con una naturalidad como si siempre hubiese vivido allí. Con sus ahorros, había comprado una casita cómoda y confortable en un barrio acomodado de Estambul. Allí moraba. Durante años y años, todas las noches, se había dedicado a estudiar turco, a aprender historia, tradiciones, su vida, sus comidas y el arte del regateo, convencida de que ese era el sitio para vender lo que ella deseaba .
La gente se detenía en su puesto, miraba y seguía caminando. Pero la curiosidad era más fuerte que las ansias de recorrer y regresaban. Era extraño lo que allí se ofrecía; los anuncios, intrigantes. No hacía falta ningún tipo de moneda y ni funcionaba el trueque. Ella no quería nada a cambio. Sólo deseaba que se llevaran las cosas que ofrecía con una única condición: la certeza absoluta de que realmente querían llevárselas.
En grandes baúles de brillante madera, en cofres coloridos con hermosas piedras rojas, en preciosas tinajas destellantes y en vasos de cristal de variados tamaños estaban almacenadas sus penas, sus fracasos, sus errores, sus desconciertos y sus angustias. Cada uno tenía un catálogo que enumeraba y describía cada una de las situaciones. Todos estaban profusamente ilustrados lo que hacía más vívidas y nítidas las escenas descriptas.
La gente se agolpaba. Miraba a aquella mujer. Querían penetrarle el alma pero ella seguía ahí, impasible. La venta no era ni fácil ni sencilla. Ella lo sabía. Tenía todo el tiempo, porque para eso se había preparado. Sólo aguardaba. Paciencia no le faltaba. Sabía que un día iba a ser una mujer libre. Pasaban las semanas, los meses, las estaciones; los turistas rotaban y ella seguía ahí, esperando a “el cliente”. Millones de personas habían estado ante ella. Ninguno de esos sería el comprador. Ella aguardaba a alguien especial, no importaba el sexo, ni la nacionalidad ni el origen; alguien que pudiera vibrar, llorar, reír o sufrir con cada una de las vivencias allí encerradas; alguien que se llevara para siempre todo el peso que la atormentaba, alguien que fuera capaz de capitalizar lo negativo para convertirlo en sabiduría; alguien capaz de aprender desde el error y la experiencia ajena, alguien tan especial y diferente como la esencia misma de las personas y de la vida.
Su ánimo no decaía. Encerrada en sí misma alucinaba y preparaba el día de la libertad. Para eso, prolijamente, noche a noche, escribía cómo iba a ser su nueva vida. Sólo sobre un papel era capaz de plasmar sus locuras, sus deseos reprimidos, y una existencia futura tan diferente a la que había llevado y a la que vivía en la actualidad.
Una mañana, como tantas, llegó a su puesto. Una vibración interior la inquietaba; respiraba un olor diferente y en sus oídos parecía resonar una música conocida. Su piel estaba más aterciopelada que nunca y sus ojos tenían una chispa y un brillo que hacía más de diez años no mostraban. Era el augurio de algo bueno. Seguramente, estaba próximo el acontecimiento que había planeado durante tanto tiempo. Estaba en el umbral del momento deseado. Miraba sus arcones y les hablaba,”seguramente estamos viviendo nuestra cuenta regresiva, pronto me dejarán y olvidaremos que hemos convivido durante 50 años. Nunca más estaremos atados. Todos volaremos y tomaremos caminos diferentes”
Un alboroto de voces, cámaras, cables , luces, rieles, , micrófonos la sacaron de sus pensamientos. Un equipo de filmación recorría la gran feria entrevistando a turistas y dueños de los puestos de venta. Al llegar al suyo, el director no pudo sustraerse al embrujo de los cofres, de los baúles, de los afiches y catálogos.
A medida que hojeaba esas pequeñas encuadernaciones, y mientras miraba los dibujos color sepia, en blanco y negro o sombreados en carbonilla, sentía una conmoción interior. Veía cada una de esas pinturas como partes de un film; imaginaba cada oración como diálogos de una película. Cuanto más miraba, más volaba su imaginación; más inspiración le surgía; más sentía en su piel cada vivencia.
Un grito retumbó en todas direcciones:¡ COMPRO TODO!!!. Y ella no necesitó más que verlo para saber que ESE, era el cliente.¡ VENDO!! respondió en un desborde de ánimo inusual y desconocido. Le dio la mano en señal de trato cerrado y partió silenciosamente, tal como había llegado. Dejó todo, todo…y mansamente se dirigió a su casa. Buscó cigarrillos y un buen vino tinto, esa botella que guardaba celosamente, la más añeja, la mejor estacionada .Era otra mujer. Libre. Libre del pasado tormentoso, de angustias, libre de culpas, de errores y fracasos.
...Y así, salió a descubrir el mundo, a disfrutar del sabor de la vida, a inaugurar un nuevo capítulo de su existencia.
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