a Yoria
Peter Malkovich había adoptado la morbosa costumbre de leer al revés y al derecho la página de las defunciones de todos los periódicos del mundo. Su excelente dominio de casi todos los idiomas y dialectos, le permitían revisar la prensa de los más exóticos países y leía y releía e iba anotando en una planilla el sexo y la edad de los fallecidos. Año tras año consagró gran parte de su tiempo a este minucioso quehacer hasta que tuvo que recurrir a un computador para almacenar la enorme cantidad de datos que había recopilado.
La planilla Excel le entregó una serie de cifras que lo hicieron quedar boquiabierto. Luego, guardó todos los antecedentes en un diskette, levantó su teléfono y digitó un número.
¿Blomberg?
-Si- se escuchó al otro lado- ¿Qué ocurre?
-No te imaginas lo que he descubierto.
-¿Qué?
-Tienes que venir a mi casa para que lo discutamos.
-Es un viaje largo…
-¿Vienes o no vienes? Dímelo ahora.
-Mmmm…voy. No te muevas de allí.
-De acuerdo.
Blomberg, un tipo corpulento de mirada penetrante, se encontraba de pie al lado de la chimenea. Peter Gross le hizo tomar asiento en el cómodo sofá y le extendió un legajo de documentos.
-Mira esto. De Enero a Diciembre de 2001, fallecieron en esta ciudad 500 hombres de edad superior a los ochenta años, 380, mujeres de esa misma categoría, 75 hombres de más de cincuenta años y 56 mujeres de rango de edad equivalente, 25 hombres entre 24 y 30 años y…
Ahora fíjate en esto. En todas las ciudades del mundo se repiten con meridiana certeza estas mismas cifras. Tú me dirás que existe una probabilidad estadística que esto se produzca, que los grupos etarios, que esto y lo otro, pero repara en este detalle: en todo el mundo fallecieron cierta cantidad de personas por enfermedad, otro tanto por accidentes y esta constante se repite país por país y ciudad por ciudad, es como si alguien hubiese programado esto para mantener el equilibrio de la población mundial.
-Te has vuelto loco.
-Si, loco, pero de espanto. De acuerdo a estas proyecciones, hoy, precisamente hoy, deben fallecer en este pueblo dos jóvenes de menos de veinticinco años, cinco de más de cincuenta años y trece ancianos. Si gustas, esperaremos hasta mañana para confirmar mis sospechas.
-No me sobra el tiempo pero, de acuerdo. Mañana leeremos tu sección favorita y verás que la paranoia ha entrado a tu cabeza por la puerta ancha.
Al día siguiente, ambos amigos leían con avidez la columna mortuoria y para sorpresa de Blomberg, las cifras calzaron con toda justeza. Peter sonrió con tristeza mientras Blomberg se quedaba mirando fijamente una idea que se escabullía a través del ventanal.
-Demonios. ¿Y que crees tú que significa esto?
-No lo se. No lo se. Mañana fallecerán 22 ancianos, 2 niños y 8 jóvenes. Y esto se repetirá proporcionalmente en Florida, Sumatra, Singapur y Budapest. Y te puedo pronosticar lo que sucederá pasado mañana, el viernes de la próxima semana y…
-Vas a enloquecer, hombre. Todo aquel que se dedica a especular con las estadísticas corre el riesgo de obsesionarse con el tema. Todo es una simple casualidad…
-Si. Una casualidad que se viene repitiendo por años. Yo la llamaría más bien causalidad.
-La muerte lo es. No visualizo nada extraño en esto.
-Si. La muerte. Pero no la parca horripilante de la cual conocemos miles de estereotipos sino algo mucho más organizado. Algo así como el… Ministerio de la Muerte.
-¿Quee…?
-Lo que oyes, un ente mundial que regula la demografía y que se subdivide en tantos brazos como ciudades existen en el mundo.
-De locos… ¿Quién podría contar con tantos recursos para crear algo así?
-He indagado en antiguos libros hasta dar con uno que me pareció interesante. Mira esto-. Peter sacó de su escritorio un ajado volumen que parecía escrito en hebreo. –Aquí se puede traducir lo siguiente: -“La rueda debe continuar girando y desde el nacimiento mismo se elegirá a los que serán los guardianes del equilibrio. Ellos serán los depositarios del Gran Secreto por los siglos de los siglos”.
-¿Qué significa todo eso?
-¿Acaso no lo ves claro como lo veo yo? ¿Has leído la Biblia?
-Bueno. Si… pero
-Allí se habla de seres que vivían el triple de lo que vivimos nosotros. ¿Cómo se perdió esta facultad?
-No entiendo…
-Según este libro que se remonta a tiempos inmemoriales, se creó una especie de cofradía con múltiples ramificaciones, la cual estaría a cargo de mantener el equilibrio. Ahora bien, algunos científicos han llegado a la conclusión que un hombre corriente puede llegar a vivir cómodamente doscientos a doscientos cincuenta años pero nuestras células comienzan a morir mucho antes, debido a que están programadas genéticamente para que ello ocurra.
-Eso lo se desde que estaba en el colegio…
-Lo que no sabes y no lo sabe nadie es que quien programa todo esto es una organización. ¿Cómo lo hace? Manipulando nuestros productos alimenticios, nuestros hábitos e incluso nuestros remedios. Alguien te ofrece salud y en el fondo te está testeando para inducirte alguna enfermedad. Hasta los nacimientos pueden ser controlados en un sistema que supervisa todos los embarazos de una región. ¿Qué opinas?
-Que estás completamente loco…
Un estrépito ensordecedor como un rayo culminó con la quebrazón del vidrio del ventanal y fue a estrellarse contra la pared del fondo, destrozando de paso un hermoso jarrón. Alguien había disparado contra ellos. –¡Al suelo!- ordenó Peter y ambos se desplomaron al unísono. Se produjo un tenso instante de espera. Peter se arrastró hacia la ventana y con mucha precaución se asomó para atisbar la calle. Un automóvil gris se alejaba presuroso del lugar.
-Son los del Ministerio, estoy seguro…
-¿Qué querrían?- preguntó con voz trémula el corpulento.
-De ningún modo venían a invitarnos a un cumpleaños.
-De seguro regresarán.
-Obvio. Querrán llevarse este libro. Tenemos que deshacernos de él.
-¿Destruyéndolo?
-Noo. Es un incunable y no tienes idea de su incalculable valor.
- Mi vida no es menos valiosa. Salgamos cuanto antes de aquí.
Los dos amigos salieron de aquella casa con el valioso libro a cuestas. Habían acordado entregarlo a un sacerdote para que este a su vez lo ocultara en el convento de XXXX.
Después de eso, Peter continuaría con sus estadísticas pero en su departamento de Ámsterdam, alejado del mundanal mundo y de los peligros que parecían acecharle.
El anciano sacerdote recibió el libro sin que su rostro evidenciara algún sobresalto. Le acompañaban dos jovenes acólitos, quienes lo ayudaron a subir al pequeño vehículo y se alejaron raudos por las oscuras calles que conducían al convento.
La noticia impactó a medio mundo. El reconocido padre Bernard Hill había sufrido un severo accidente en el cual perdió la vida mientras sus dos acompañantes se recuperaban de sus lesiones. Peter supo que había llegado su hora. Mirando con evidente tristeza por la pequeña ventana de su departamento, repetía con desgano la siguiente letanía: -Mañana morirán en Ámsterdam cincuenta ancianos, veintiocho hombres de mediana edad, quince muchachos de menos de quince años…
Cuando sintió que derribaban su puerta, ni siquiera se inquietó. Su mente conturbada por el terrible descubrimiento, se había separado de su cuerpo y ahora navegaba en oscuras divagaciones. Se dejó llevar por los individuos, quienes lo bajaron por el ascensor y luego lo empujaron dentro de un automóvil.
-Señor Malkovich, usted está en serios problemas- le dijo un tipo rollizo que fumaba una pipa, -pero eso lo sabe muy bien ¿no es así?
-Lo tengo claro. Pero sólo intuyo algo, no tengo ninguna certeza.
-Aún así, ya sabe demasiado. Algunos artistas lo han imaginado, lo han descrito en obras literarias pero son simples divagaciones. A ellos no los hemos tocado porque nos han hecho un grandísimo favor al mencionarnos ya que, como bien lo debe saber usted, los artistas son la gran mayoría unos locos. Y a los locos sólo se les escucha pero no se les cree. En cambio usted ¡Ay! ¿Cómo pudo profanar con sus pensamientos incultos la magnificencia del libro Yoria? ¡Qué insensato!
El tipo se paseaba con parsimonia por la habitación. Peter lo contemplaba sin demostrar ninguna inquietud. Sabía que –hiciera lo que hiciera y dijera lo que dijera- ya estaba condenado a muerte. Por lo tanto, demostrando el mayor desinterés le preguntó al tipo quien era el que movía los hilos de esta grandiosa organización.
-¡Aaaahhh mi amigo. Eso es igual a querer saber quien domina nuestro pensamiento. Existen misterios divinos y misterios humanos. Aquí no se pregunta, sólo se acata. Los cementerios están repletos de seres cuestionadores. Y usted pasará a incrementar esa inconmensurable lista a contar de …unos cuantos minutos.
-Bien, eso no me preocupa demasiado. Creo que la labor que desarrollan ustedes es encomiable, que este mundo sería un infierno sobrepoblado de hombres senescentes, tengo entendido que ustedes son los hacedores de milagros y los arquitectos de cuanta guerra asola el planeta, que todos, hasta los más importantes jerarcas son simples marionetas accionadas por sus invisibles hilos.
-¿No menciona a Dios?
-¿Para que? ¿Qué papel le corresponde a El si ustedes realizan su trabajo?
-No deja de ser sugerente. Dios, el mismo ser que veneran todas vuestras religiones es simplemente un barniz que dignifica nuestros propósitos. Todas nuestras acciones se las achacan a El y eso facilita nuestra labor.
Peter se sentía cansado. Todo esto era demasiado para un ser común y corriente. Veía como sus antiguas imágenes se derrumbaban, que nada era como él se lo imaginaba, que el mundo entero era una enorme esfera de innumerables conspiraciones.
Antes de las diez de la noche, un tipo que representaría el papel del ángel de la muerte, ingresaría a su celda para darle a beber alguna pócima que le provocaría su muerte. Sería entonces un moderno Sócrates que sólo sabía que nada sabía, ni siquiera la identidad de su verdugo.
Una vez bebida la pócima, sintió que comenzaba a perder el sentido y que era conducido por un largo túnel hasta las postrimerías de la luz. Alejado casi del todo de la materialidad, pudo aún escuchar la voz parsimoniosa de Blomberg que repetía quedamente: -Habrías vivido hasta los ochenta años, pero las páginas de defunción fueron cavando tu propia tumba. Y eso muy bien lo sabes, querido amigo…
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