II
Un día, Malissa no regresó a su hogar y de inmediato, Hedelber y sus hermanos salieron en su persecución. Después de varias semanas de desesperada búsqueda, dieron con la chica, quien se había fugado con un vendedor de carteras. La trajeron hecha un ovillo que tiraron dentro del cofre de su destartalado vehículo. Y Hedelber, con sus propias manos, le propinó una tremenda paliza al vendedor, de tal modo que no le quedaron ganas de insistir en su propósito.
Yurda, se angustió aún más con todos estos hechos. Y cuando Percival se acercó a ella para abordarla, ella sólo le miró con fiereza y le dijo que no insistiera, que ella poseía un esposo muy fiero que ya había enviado al hospital a muchos pretendientes. Pero, Percival, que era hombre experimentado, supo que todo aquello era una falsedad y sin más dilación, la tomó entre sus brazos y la besó con una extraña mezcla de candor y pasión. Sólo eso bastó para que Yurda cayera rendida a sus pies.
Julier meditaba en su habitación. Se denostaba a sí mismo por su debilidad de carácter. Aunque poseía el importante cargo de “Primer Ministro”, otorgado en pretéritas edades por su tiránico hermano, su poderío y autoridad eran nulos. Él hubiese deseado enrolarse en la Marina y navegar por los siete mares, acaso en algún puerto lejano hubiese conocido a una mujer exótica que llenara de gozo su corazón, puesto que era dado a las experiencias fascinantes. Pero bastaba un gesto de Hedelber para que todos sus ideales se diluyeran.
Roser, a su vez, pensaba en acudir a alguna autoridad para que encerraran de una buena vez a su hermano, pero sabía que éste, con la firmeza de carácter que poseía, lograría zafarse de todas sus acusaciones y pondría en entredicho la sanidad mental de sus propios hermanos. Por lo tanto, era mejor no intentarlo...
(Ya termina)
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