Otras distancias se han hecho angostas;
otras cordilleras, otros ríos oriundos del miedo,
otras esferas, otras cosas con colores inauditos.
Desde el ángulo oculto de la trinchera,
como una profesía de silencios repetidos,
también un ojo se angosta y tiembla;
se estremece con una canción susurrada,
se detiene, se humedece, se desintegra.
Otra niña vistió mis ojos;
se enganchó mis manos como un bolso
y salió arrastrando sonrisas orondas.
Supo que yo le pertenecía aquella tarde
ahogada en destellos anaranjados.
Ha descollado en mi memoria y en la suya
aquella tarde;
con sus luces filosas, con sus casas
cenicientas, vacías de repente, y
distantes todas, de mi y de tus nómadas
caricias.
Como Jano, abriendo de un lado el recuerdo;
del otro, el arrepentimiento. Así experimentas
la moneda de la nostalgia. Un trago de rabia.
Vuelves con otro rostro: eras aquella niña
aquella tarde, que recorría los senderos del
amor a ciegas, mutilando sueños.
Eras tú aquella otra, la amada y su alter-ego,
denunciando vanidades con besos atropellados
de dulce inmadurez.
Otras distancias se angostarán,
otras horas con minutos veloces,
y otras fuentes también consintiendo en
su propósito algún riachuelo callado,
volando y cayendo luego como una cascada
diminuta.
Yo estaré allí, perenne,
inverosímil en tu melancolía
y lóbrego como una duda;
anhelado e irrepetible,
como un verso amado que llega en el viento,
se percibe, y,
con premura,
se deshace en el ocaso.
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