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Ya no quedaba nada, no había nada, sólo podía ver a través de las rejas de mi ventana las ramas de los árboles mecerse, y seguía sus movimientos alocados con mi cabeza. Sabía que no podía hacer nada pero no me resignaba aún. Estaba cansada de llorar por todos mis muertos, cansada de tanta soledad.
Un día un pajarito se posó en las rejas de la ventana de mi oscura habitación, lo mire detenidamente y sentí mucha alegría al recibir su extraña visita. Lo mire a los ojos, así como él me miro a mí; su cabecita se movía asombrada, mientras me acomodaba en el sillón de la ventana para contemplarlo. Recuerdo que era una mañana de mucho sol, y el aire que entraba por la ventana era muy cálido. Recuerdo sus dos pequeños ojitos mirándome desconcertadamente.
-Eh, pajarito, qué hermosas plumitas tienes, cuando era pequeña mi madre me llevaba al lago a recoger flores y me enseñaba a darles de comer a los pájaros que tenía en una enorme jaula colorada.
Saqué un dedo entre la reja y lentamente deslicé mi mano hacia sus patitas. Al aproximarme a ellas, el pajarito dio un salto y tomó cierta distancia, y le dije: -No, no te vayas pajarito, que no voy hacerte daño-. Dio vuelta su cabecita, y como un niño pequeño se acercó a mi mano, manteniendo sus pequeños ojos sobre mí. Al rato se fue.
Me puse a pintar, y todas las imágenes de mi cabeza se habían volado, así como las hojas que caían de los árboles, y sólo aparecía la imagen de aquel animalito que se había posado en mi ventana.

Al día siguiente arrojé por la ventana unos pedazos de pan, pues tenía la ilusión que volviera, pero no lo hizo. Sentí un gran vacío y a la vez me sentía muy ilusa al creer que volvería. Los pájaros son así, su libertad no les permite regresar a un mismo lugar, así como mi soledad me permite imaginar que volvería.

Pasaron algunos días, hasta que lo volví a ver. Esta vez no se posó en la ventana solo. Otro pájaro llegó con él. La alegría que mi corazón tuvo en esos instantes es inexplicable, corrí a la ventana con el pan y comencé a arrojarles miguitas a través de las rejas. Mientras comían, él me miraba a los ojos pero esta vez con más serenidad. Busqué el cuadro y observé que su figura era la misma, pero sus ojos -ahora serenos- era lo único que tenía que modificar y además tenía que retratar a su amigo.

Así fueron pasando los días, todas las mañanas mi nuevo amigo venía a visitarme y cada vez traía con él más pájaros. Conocí a sus amigos y sus amigas. Una tarde lo vi posarse en lo alto de una rama, del árbol que contemplaba desde la ventana y también vi su casa crear. Todos los días venía. Vi formar su familia, vi nacer sus hijitos, lo veía traerles la comida diariamente y siempre tenía un instante para visitarme. Lo llamé Chrimell, y a su mejor amigo Chrisoll.

Así pasaron los días, las semanas, los meses. Pero un día ocurrió lo peor, mi amigo no apareció. Miré hacia el nido, estaba vacío. Se había marchado. No entendía que estaba pasando, se habría marchado a otros campos, ¡quizás!, pero él volvería, tenía que hacerlo, mi amigo no me podía fallar, Chrimell era lo único que tenía.

Cuando llegó Virginia, la chica que me cuida, me noto preocupada. No dudó en preguntarme:
-¿Se siente bien Fortunata? Tiene la mirada perdida.
-Mi amigo se ha marchado.
-¿El pajarito que viene todos los días?
-Sí, Chrimell.
-No se preocupe, ya volverá. Como dice usted ``los pájaros son así, su libertad no les permite regresar a un mismo lugar.´´
-Pero él viene todos los días, desde hace meses; se hizo su casita en aquel árbol, no puede ser.
-¿Esta caja, Fortunata? está pesada. ¿Tiene sus libros?
-¡No!, ahí están mis cuadros, los cuadros de Chrimell, con sus amigos y su familia, la casita que construyó para sus hijos. ¿Viste lo bonito que son?. Chrimell se siente muy orgulloso de mí, le muestro una vez finalizado el cuadro y despliega sus alitas.

Esa noche tuvo un sueño muy feo, vi a Chrimell herido y a sus amigos volar en un cielo muy oscuro. Sentía que mi amigo estaba pasando un mal momento.

A los tres días volvieron. Me levanté descontrolada de la cama al oír sus cantos. La paz volvió a envolver mi espíritu. ¡Sí!, lo sabía, Chrimell no me había abandonado. Estaba vez los pájaros eran más. Mandé a Virginia a que me trajera más pintura, ahora las mañanas no me alcanzarían para retratar a sus amigos nuevos. Me pasaba todo el día pintando y pintando sin parar. Y las noches eran para escribir en mi diario todas sus hazañas.

Mi casa había cobrado vida, entre las flores del jardín que había sembrado Virginia y la cantidad inmensa de pájaros, sus hermosos cantos y mis cuadros, ya me había olvidado de mi amarga soledad. Mi vida era Chrimell. Mi vida comenzó de nuevo aquella mañana que él apareció en mi ventana. Mi vida era otra desde aquel día. Ya no pedía más. No me importaba más nada. Virginia me contó que en el pueblo me llaman ``La retratista de pájaros´´.

Texto agregado el 20-11-2007, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-11-2007 El fondo de las cosas es tan subjetivo, como objetiva su forma. Me gustan los que retratan pájaros. AJIMEZ
20-11-2007 me gusta la forma del texto, mas no su fondo el_rey
 
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