Todos los días puedo quedarme a escuchar como mi suerte es derrocada, mi vida desterrada. Y todo frente a mis ojos. Oigo perderse el amor entre los dibujos de la alfombra, entre los cuadros, mi ventana, entre las nubes de mi quietud. En estos momentos escucho a la memoria darse vuelta entre mis sábanas, evitando salir a la luz como sale la aurora en las horas matutinas. Es ésta, mi memoria, la que no me deja salir.

Y es que, a pesar de que tengo una fe entre mis manos que me hace sonreír al sentir su piel rozar mis dedos, aunque tengo ese dolor intermitentemente torturante y placentero, aunque tengo todo lo que quiero, aún así, no se me es fácil salir.

Echada en mi cama veo caer el primer rayo de sol sobre mi frente y así tapar el brillo de mi mente con su incandescente asistencia en estas mañanas de soledad. ¿Por qué se me es tan fácil quedarme echada entre mis sueños imperfectos esperando a que pase el día, a que llegue la alegría, por fin? Es tan mediocre y vaga esta manía de soltar mis miembros muertos esperando a la locura de la gravedad que se los lleve, y quedarme aquí esperando, esperando. No sé ni siquiera a qué espero. Quizás a que se apague la luz de repente para dormir eternamente. Quizás a que muera mi vida. Quizás a gritar a cuatro voces, en coro, en tonos para hacerlo más bonito, que ya no puedo más. Pero sigo esperando, sigo mirando al techo, aguantando para ganarme el respeto de la neblina cuando viene, para reírme a carcajadas con la lluvia si es que viene, para que nada salga de aquí.

Es hoy día, en esta mañana, que decido no salir, quedarme aquí, postrada en mi lienzo de marfil. ‘Buenas Noches’, le digo al día. ‘Vete de aquí’.