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Una sobre la otra, como amantes,
marcan las tres y quince.

Tú estás debajo, ajena, paralizada,
contemplando lo que otros nunca llegan
a ver.

Parece un titán a tus espaldas, el reloj
que guía la tarde.

Y tú, tan frágil, tan bella,
pareces emular a la Penélope en su inviolable espera.


Y tú? Por quién esperas?
Acaso por el pájaro que detiene,
con su canto, el silencio en el ocaso?
O talvez por aquellos niños que,
correteando, le van devolviendo colores
al mundo desteñido?


A lo mejor no esperas por nadie,
por nada, y solo estás allí alimentando
de belleza algún ojo daltónico.



En verdad, luces sublime en esa
especie de distancia sepia;
con los brazos cruzados,
susurrando con el aliento y sin mover
los labios que eres libre.


A lo mejor de éso se trata todo esto:

eres libre y no esperas a nadie porque
nadie entiende tu libertad.

Y te paras bajo el reloj,
y cruzas los brazos, Y miras, infinitamente
hermosa, hacia el horizonte
donde ya nada te detiene.



Si miraras hacia los lados,
te verías reflejada en docenas
de ventanas, y ya no estarías tan sola.

Tus propios ojos te mirarían desde
los oscuros cristales y sentirías
un escalofrío, y luego,
quizás, entenderías que incluso
en la libertad estamos atados a algo.



Como esos árboles, tan tristes en
su desnudez, que se creyeron libres
en algún momento, y se fueron a festejar

su libertad; y luego llegó sin
aviso el otoño, con su tijera de viento,
a desnudarlos,
a dejarles saber que la soledad
y la libertad se confunden,
por estar demasiado cerca.


Pareces estar sola bajo el reloj,
pero quedan, en las cosas,
las almas de los que las vivieron.

Si miras con el alma, verás aquellos
pájaros cantando Sus arias y sus boleros,
los transeúntes con sus premuras y
sus demoras, las vanidosas ondeando
sus vestidos floreados, y
los Hombres, fornidos, orgullosos,
machísimos, observándote y temiéndote
en silencio;
como a una pantera, inigualablemente
Bella, pero mortífera en su sabiduría.



No estás sola ni eres libre,
y si te sirve de algo,
ese titán que te protege es
también el dueño de tu vida.



Yo quedo aquí también un poco solo,
(si eso de algún modo existe)
gratamente asombrado por tu belleza,
y no con poca tristeza.



Texto agregado el 19-11-2007, y leído por 152 visitantes. (0 votos)


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