Las laderas se sucedían monótonamente a los lados del camino. La lluvia insistente lograba darle a todo el bucólico paisaje, esa pátina gris que consumía con grandes bocados los deseos de vivir. El Volvo se deslizaba cautelosamente por la ruta y cualquiera que hubiera elegido prestar atención a su conductor hubiera descubierto un hombre entrado ya en los cincuenta años, con una calvicie incipiente y una barriga que demostraba un holgado pasar económico. La radio del vehiculo desgranaba algunas baladas y el rostro de hastío de nuestro protagonista no hacia mas que completar un cuadro, que a falta de otra palabra, podríamos llamar triste. Si se nos apurara por sacar conclusiones sobre este hombre, fácilmente podríamos deducir (y no estaríamos equivocados) que es un vendedor de algún producto, haciendo su recorrida mensual. Fácilmente nos podemos dar cuenta de esto por la botella a medio vaciar de coca cola a su lado, un puñado de catálogos apilados en el asiento trasero, un cenicero lleno de colillas de cigarrillos y diversos envoltorios de comida chatarra desperdigados por todo el lugar. El insípido paisaje estaba haciendo mella dado que sus ojos, acostumbrados a verlo todo, de llenaron con una niebla de antaño y nuestro personaje por un instante fue transportado a otro tiempo. Quiso el destino que las nuevas ruedas que le había colocado esa semana, eligieran patinar en ese preciso momento, sobre el humedecido asfalto, lo que creo una reacción en cadena que continuo con una serie de giros del auto, tan caóticos como si fuera el trompo de un gigante caprichoso. El conductor no pudo mas que aferrarse al volante, tensar todos sus músculos y ver como el paisaje se convertía en una mancha borrosa que giraba frente a el. El vehiculo derrapo por una distancia aproximada de 400 metros, siempre sobre esa ruta perdida de la mano de dios, y podemos contar con la suerte de que no aparecieran otros autos por el carril habilitado contrario. Cuando el coche se detuvo el ocupante sintió que un puño huesudo se colocaba sobre su hombro. No tuvo mas que girar un poco su cabeza para encontrarse con el rostro sonriente de la muerte, que le devolvía la mirada con ese rictus que solo alguien sin labios puede dar. El conductor con manos temblorosas saco un cigarrillo del arrugado paquete, espero pacientemente los minutos necesarios para que el auto caliente el encendedor, lo prendió y lanzándole una bocanada de humo le dijo a su acompañante: -Todavía no, dicho lo cual puso primera y salio derrapando. La muerte se quedó sola, esperando en el medio de la ruta, con esa forma de esperar que tienen esos seres que saben que todo llega, solo era cuestión de tiempo.
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