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El día que decidió partir yo no pensaba en la ausencia. No contemplaba la posibilidad de que vendría y se instalaría para ocupar su lugar y que poco a poco la iría convirtiendo en recuerdos; congelando su presencia en cada rincón de nuestra casa. Entonces ya no serían “partes de nuestras vidas” sino recuerdos, pasado... Yo fijaba la vista en sus manos apuradas y pensaba en las cosas, que a pesar de pertenecerle usaba a diario y que ya no tendría. Pensarán que soy egoísta ¿y qué? Más egoístas son aquellos que lloran a sus muertos no porque se hayan ido, porque ya no estén, sino porque los dejaron solos. La despedida fue breve y distante, no quisimos decir adiós porque estábamos convencidas del eterno hasta luego. Sin recato me apoderé de sus libros, ocupé su lugar en el ropero y desocupé los cajones. Me apropié de la habitación por completo y recién ahí caí en la cuenta de que ya no vivía en casa. Lo asumió de esa forma, de manera pasiva, sin oposiciones, casi con naturalidad. Me enfureció que no hiciera reclamos, que nos permita llenar la casa de portarretratos con sus fotos como si tuviéramos que hacer un esfuerzo diario para no olvidar su cara; me enfureció que no nos exigiese que no olvidáramos. Entonces vino la ausencia, y como era de prever se apoderó de sus rincones favoritos. Y con la ausencia en casa comenzamos a disputarnos los recuerdos. Hasta creí no tener recuerdos propios. Así que decidí darle por ganada la partida a la ausencia y hacer borrón y cuenta nueva. Y comencé una nueva vida, una que la ausencia no intentara arrebatarme. |
Texto agregado el 19-11-2007, y leído por 47 visitantes. (0 votos)
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