“Las cretonas desvaídas, el árbol que desenvolvía sombras como de agua agitada y fría por las paredes, los espejos que doblaban el follaje y se ahuecaban en un bosque infinito y verde...” (María Luisa Bombal)




Tu apariencia de hombre recostado sobre la cama, como un espumoso colchón de pieles y de grasas. Nada había cambiado en tu aspecto ni en tu psiquis. Allí tendido, derramado en un sin fin de malsanas actitudes; contestatario; soberbio; cruel... Bajo tu mirada, mis sueños habían sido destruidos; coartados por esas mismas palabras que alguna vez amé y que ahora sólo eran vagos simulacros de la nada. Ni siquiera ya escuchaba cada vez que tu malhumorada boca ansiaba volver a doblegarme, sólo veía el modular de unos labios teñidos por la nicotina que nunca abandonaste. Tampoco a mí pudiste dejarme; ya ves, estoy aquí frente al deterioro de tu obeso cuerpo triste como los aterradores gritos que a nadie llegan; inmutable; desgarrado en este mismo cuarto que aún aprisiona dolores y lamentos. Te sigo observando ante un fondo de verdes, donde el follaje trepa las ventanas y mi mundo se hace libre... Sin lugar a dudas el infierno pasó por nuestra casa, dejándome intacta de temores. Mientras me alejo, traspaso silenciosa las inmaculadas paredes que también lo soportaron todo, para susurrarte al oído ese último adiós... Sin embargo, siento que todavía no te has dado cuenta que me he ido...

Ana Cecilia. ©