La operación
De pié, al lado de la mesa de operaciones, completamente estéril, con la seriedad del caso, se inclinó levemente, trazó el primer corte en el aire y, el próximo, lo dibujó con maestría sobre el fino plástico que cubría la piel, para hacer la incisión precisa, sin titubear, exactamente como lo había planeado la noche anterior, mientras repasaba técnica y anatomía.
Con el aparato de Ellman, de radio, el ayudante coagulaba los pequeños vasos sangrantes que se abrían detrás del escalpelo.
Disecó, sin titubeos, separó tejidos, hizo cortes en las fascias y membranas, hasta que penetró en la cavidad abdominal luego de hacer un pequeño corte en el peritoneo y seguirlo de corrido con unas tijeras Tenembaun. Gran cantidad de líquido brotó de la cavidad abdominal abierta, que fue prontamente absorbida por la máquina de succión. Colocaron un separador mecánico en la cavidad abierta para facilitar el acceso a ella.
Todo se sucedía mecánicamente. Cada cual estaba empapado de su oficio y se trabajaba con exactitud casi milimétrica. Se separaron con grandes gasas los intestinos.
Hacia su lado izquierdo, debajo e las costillas, estaba el hígado, rojo subido, apariencia saludable. Lo palpó con cuidado, confirmando con el tacto la buena salud del órgano que reflejaba con el primer examen visual. Páncreas y bazo, excelentes. El estómago, levemente fibroso, deslizable, reflejaba la misma imagen. Pero se palpaba algo duro dentro de la cavidad abdominal.. Cuidadosamente separa el órgano en cuestión. Lo aísla y le hace una incisión siguiendo la dirección de las “calles” del estómago. Mete el dedo dentro y explora, hasta que toca el objeto de su búsqueda.. Lo extrae, lo coloca en un recipiente de acero inoxidable. Con la misma maestría con que se llegó al estómago, se van cerrando las diferentes áreas abiertas. Se quitan las gasas, los separadores; se sutura el peritoneo, la fascia, la capa grasa y se ponen varios clips en la piel.
-Gracias, susurra el cirujano dirigiéndose al personal ayudante.
Toma el recipiente de acero inoxidable, lo lleva por el pasillo hacia la sala de espera de Cirugía.
-¿Capitán Jiménez...?
-Doctor...
-Mire usted. Este era el tumor del preso. Le muestra el riñoncito de acero, levanta el paño verde y asoma, en el fondo del recipiente, una bolsa plástica, alargada, llena de un polvo blanco compacto.
- Se lo introducen normalmente en el ano. Este, se lo tragó. No entiendo cómo, pero lo hizo.
El capitán mueve la cabeza. El cirujano sonríe. El preso se recupera de la anestesia y despierta tosiendo y hablando incoherencias por un teléfono imaginario. En tres noches volverá a dormir en la cárcel. Si el médico llegase a romper el saquito... el preso dormiría en el infierno y el médico en el presidio. Paradojas de la medicina.
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