No van a creer lo que les voy a contar, yo, al principio, tampoco lo creí, pero cuando pude comprobarlo con mis propios ojos no me quedó otra cosa mas que hacer que admitirlo. Les explico qué es esto que les costará creer y cómo llegó a mis oídos.
Resulta que hace ya mucho tiempo, un arqueólogo se encontraba excavando en alguna zona cercana al Mar Negro; ese lugar es muy prolífico en lo que a yacimientos arqueológicos se refiere. Unos de estos días en los que se hallaba sumergido en su trabajo, encontró muchos huesos, tantos, que formaban un pequeño cuerpecito inerte, por supuesto; por más que el hombre se empeñó en creer que aquello pertenecía a un niño, eso era imposible de pensar puesto que el tamaño del cuerpo en cuestión no superaba los 5 centímetros y, no obstante, era un cuerpo adulto perfectamente formado.
Varios días pasó contemplando el cuerpecillo que yacía en su mesa y le miraba con una hueca y estática sonrisa. Así, un día se aventuró a dar un paseo por la zona cercana al yacimiento, los nativos le habían aconsejado no alejarse puesto que nunca había pasado nada bueno cuando alguien lo había hecho pero, la curiosidad pudo con el investigador. Tras un rato, oyó unos pasos tras de sí y, escondiéndose tras un frondoso arbusto, observó: ¡increíble!; parpadeó; ¡extraordinario! Los pequeños hombrecitos iban y venían con sus diminutos y grises cuerpos de un lado a otro. ¿Qué era esta gente? ¿Una raza desconocida quizá? Sea como fuere, el afán científico pudo con el arqueólogo quien, al cabo de los días, volvió con un saco en el que, mientras dormían, introdujo los pequeños cuerpecillos que no tuvieron tiempo de reaccionar hasta que no fue demasiado tarde.
Cuando el saco se abrió, los hombrecillos, sin ropa alguna, vieron rejas por todos lados. El investigador, acercó su cabeza a la jaula y les explicó, extasiado, que el suyo había sido un hallazgo único que se recordaría durante siglos y que probablemente cambiase el curso de las cosas que hasta entonces se estaban desarrollando. ¡Estos pequeños hombres supondrían un gran paso para la humanidad!.
Durante meses, el arqueólogo se dedicó noche y día a aleccionarlos, les enseñó cuanto sabía: idiomas, conocimientos de informática, de cálculo…más adelante, formó una asociación que llamó “Asociación de hombres pequeñitos” cuyo slogan era “prueba uno y tu vida cambiará”. En los meses siguientes, habló con todas las casas de tecnología, electrodomésticos, etc. que encontró y antes de que nadie pudiera darse cuenta, los pequeños hombrecitos estaban en el mercado, eso sí, sin que absolutamente nadie supiera de su existencia.
Ahora se preguntarán ¿y cómo es que tú los descubriste? Bien, un día, antes de entrar en mi lugar de trabajo me acerqué al cajero de la esquina como acostumbraba a hacer periódicamente; al rato, estaba pegándole patadas al cacharro que se había tragado mi tarjeta y cuál no fue mi sorpresa cuando escuché un apagado ¡ay!. Había algo dentro de ese cajero, quizá un animalillo pero…eso no era posible; cogí el primer palo que encontré por el suelo y tras un buen rato forcejeando conseguí abrir el endemoniado cacharro; ¡cuál no fue mi sorpresa (di con el trasero en el suelo) cuando encontré a 5 pequeños hombrecitos trajeados sentados en 5 diminutos taburetes mirándome asustados!. “Ups, nos ha descubierto, el jefe se mosqueará”. Cuando por fin recuperé el habla y entendí que aquello no era un sueño, entablé una interesante conversación con esos seres que me explicaron cuál era su procedencia, cómo el arqueólogo los había encontrado, los había adiestrado, más tarde pintado para que tuvieran un aspecto similar al de un humano común y, por último les había dado unos conocimientos determinados y una función.
De este modo, a ellos, les había correspondido respectivamente, aprender alemán, inglés, francés, italiano y español junto a algo de contabilidad que era todo lo que necesitaban para trabajar dentro del cajero. Dormían cuando nadie usaba el cajero y cada dos días eran alimentados por un pequeño tubito que había en un lateral del mismo.
Asimismo le explicaron que dentro de la mayor parte de aparatos que él conocía había un pequeño hombrecito que era el causante real de su funcionamiento y no un complejo sistema que era lo que toda la gente pensaba. Así, en el interior de los hornos, por ejemplo, se encontraba un hombre, muy morenito de piel debido al calor y las altas temperaturas que allí había, que observaba las cosas mientras pedaleaba para producir el calor con un pequeño molinillo conectado a su pequeña bicicleta y, asimismo, juzgaba cuando los alimentos estaban en su punto óptimo, haciendo entonces sonar una pequeña campanilla.
También dentro de los ordenadores había pequeños hombrecitos que escribían la información que nosotros solemos recibir y que, cuando estaban de mal humor, eran los responsables de las molestas averías; ummmm, ya entiendo.
¿Cómo pude estar tan ciego como para no haberme dado cuenta antes? ¡Qué poca curiosidad la nuestra como para no haber descubierto antes la farsa en la que nos veíamos inmersos!.
El tiempo pasó y este maquiavélica asociación prosperó a nivel mundial; no citaré el nombre que muchas de las empresas que a costa de estos pequeños hombrecitos, arrancados de su pueblo natal y pintados y aleccionados, tomaron pero, estoy segura de que ustedes serán lo suficientemente inteligentes como para reconocerlas.
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