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Dios y el diablo juegan permanentemente en el seno de lo que podríamos denominar el alma de los humanos. Algunos de éstos están creídos que se disputan su dominio. No es así. No son posesivos.
Uno juega con las blancas y el otro con las negras, que intercambian para hacer equitativo el juego.
De ese juego algo le queda al ser humano. Y a veces, por ello, se cree dios o demonio, sin percatarse de la ínfima porción del evento que le corresponde.
Cuando el hombre y/o la mujer se enamoran, patean el tablero y no hay juego posible. El final del amor, porque nada es eterno por estos lares, deja el terreno fértil para nuevos y más apetecibles torneos.
¿Por qué finaliza el amor? Porque el aburrimiento del más allá no es soportable en el tiempo. Y la guerra que puede desatar la ausencia permanente del juego sólo es medible a una escala que no estamos en condiciones de imaginar. |
Texto agregado el 18-11-2007, y leído por 312
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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02-12-2007 |
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No sabés cuánto comprendo lo que contás acá. Siempre me pareció formidable tu nivel de escritura, pero esta reflexión es simplemente perfecta.
Un saludo.
OrlandoTeran |
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22-11-2007 |
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Buena reflexión sobre un juego sin fin que acontece en el interior de todos nosotros. rigoberto |
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19-11-2007 |
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"Y a veces, por ello, se cree dios o demonio, sin percatarse de la ínfima porción del evento que le corresponde." Así es la condición humana. Esta frase es un pensamiento digno de André Malraux ¡Enhorabuena! Y mis cinco por esta reflexión tan oportuna.
maravillas |
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