Ilusionado, el pintor va trazando sobre el lienzo las líneas que configurarán ese cuadro que ha ido forjando intelectualmente. De su paleta salen los colores que con deleite y meticulosidad va extendiendo sobre la blanca superficie para dar cima a lo que su mente le va dictando. Cuando acaba la pintura, la observa con meticulosidad para subsanar aquellos errores que se le hayan podido escapar. Y con esmero corrige el claroscuro de esa punta que no conjuga con el azul de arriba; remarca más el rojo para que el matiz del cuadro quede patente y borra presuroso esa manchita verde que al parecer fue una gota que se le escapó del pincel.
Ahora está satisfecho de su obra y cree que llegó la hora de ser expuesta para que el público la juzgue. Y para ello busca la sala de exposiciones más importante de la ciudad, porque entiende que es a ella donde acuden los mejores críticos y el público más entendido.
Llegó el día de la inauguración. El pintor está en ascuas, nervioso, lleno de temor y... porque no decirlo, también de esperanza.
En la amplia sala destaca el cuadro con una iluminación que pone de relieve cada contorno, sombra, matiz, colorido que a juicio del pintor esclarecen su exégesis.
Al poco rato de abrirse la puerta de la sala entra un invitado. El pintor no lo conoce, pero en la forma en que aquél contempla el cuadro, acercándose y retirándose, girando el cuello para vencer destellos luminosos, y los mohines que hace con la boca, está convencido de que se trata de un crítico.
Poco después entran otros dos visitantes, deben ser los tres asiduos de esta sala, porque después de saludarse entablan una amigable conversación.
El pintor, que cree que hablarán del cuadro, con disimulo se sitúa, sin que le tilden de indiscreto, a la distancia conveniente para poder oír. Y para su desespero escucha la siguiente conversación:
-Admitamos, como dices, que posee algún valor remarcable en cuanto al tema, pero no me negarás que las pinceladas están dadas sin ninguna gracia y los colores son un atentado contra la pintura.
-Verás, yo no diría tanto, tal vez con algunos retoques cabría enmendarlo lo suficiente para que no resultase tan rematadamente malo.
-Si, tenéis los dos razón, pero lo que a mí más me duele es el hecho de que esta prestigiosa sala haya dado cabida a este engendro pictórico.
Y el pintor, después de escuchar tan descarnada crítica, sin ánimo ni valor para seguir con aquél insoportable martirio se va de la sala, y para mitigar en parte el acervo dolor que le corroe piensa en aquella frase del compositor Erik Satie: “El artista tiene una visión de la belleza, pero el crítico sólo la observa a través de sus gafas”.
Error de bulto
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