Cuentan las gentes. Se rumorea en la real audiencia, que el adelantado de la corona de su Graciosa Majestad, el Rey nuestro señor, Don Felipe V de Borbón.
Don Sancho de Argensola, Gobernador de las tierras de Arica y Comendador del Virrey del Perú, en estas alejadas e inhóspitas regiones. Estaba furibundo.
Primero por el ataque de gota en su dedo pulgar del pie derecho, en el cual su médico de cabecera, amorosamente se lo había envuelto en vendajes y colocado en un almohadoncillo diminuto, apropiado para la situación. Y a su vez, hervía de ira y preocupación por la desagradable noticia que le entregaran sus oficiales, del atraso a la llegada del tren de mulas, que traía el último envío de plata en barras debidamente selladas con el escudo del señor Conde de la Monclava, Virrey del Perú.
Este cargamento venía ensacado y transportado por 200 mulas que una vez descargado, retornarían con mercurio(1) necesario para la explotación minera en Potosí.
Pardiez, vociferaba don Sancho – y vos don Joaquín, ¿Para que creéis que os tengo como capitán de frontera? - Necesito que me averigüéis de una vez por todas, en donde diablos se han metido las mentadas mulas con la plata
– Señoría, señoría – se lamentaba el capitán – Hemos recorrido todos los caminos que llevan desde este puerto al Alto Perú
– Pero debéis recordar que hay cientos de cañadones, por donde deben de estar bajando las mulas con el cargamento-.
El Gobernador lo miró fijamente y le dijo con la suavidad de un puñal:
– En ello va vuestra garganta señor, así que más vale que aparezca el mentado tren de mulas.
Don Joaquín tragó varias veces saliva y se retiró temblando.
Eran las postrimerías del 23 de Diciembre de 1704.Año de nuestro Señor Jesucristo.
Y don Sancho no podía pasearse por las habitaciones de la gobernación, solo atinaba a dar saltitos y su médico saltaba junto con él, tratando de impedir que se soltaran las vendas. Parecía un minué dancístico e irreverente.
En ese momento entra su secretario y tembloroso le dice
– El capitán de la Sagrado Corazón , El galeón que llevará el cargamento de plata al Callao.
Señor y esta esperando para una audiencia vuestra -.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso, como quien dice, quedando don Joaquín con la mirada extraviada y sólo pudo decir:
- Que pase - y se sentó o mejor dicho se desplomó en su sillón.
Entra don José y Verdugo, capitán de la nave surta en la bahía de Arica. Fachoso, sombrero con una plumita de colibrí y armado con un espadón, tipo pirata.
A decir verdad es el hombre apropiado para lidiar con muchos piratas que infectan el mar pacífico desde estrecho de Magallanes hasta San Francisco de California.
Por lo tanto el Sagrado Corazón, es una nave debidamente artillada y con su tripulación aguerrida.
Eso sí, hay que dejarlo bien en claro, que en caso de ser necesario, preferían quedarse con la plata antes de dársela a los filibusteros. Eso también hacía temblar a don Joaquín.
- Sire-(2) dice el capitán haciendo un remolino con su sombrero: -- Estoy listo para embarcar el cargamento –
Por primera vez en todos sus años el gobernador tartamudeó y no le salían las palabras – El car…car..car cargamento aún no llega a este lugar, señor capitán--.
El pirata, perdón el capitán, lo miró fijamente y le dijo, así como no queriendo:
– ¿Se os ha perdido algo su Vuecencia? (3) - No me digáis que hay piratas terrestres, por estos lados ¿O sí?--
– Noo…Noo --Dice el gobernador. Sintiendo más punzadas dolorosas en su pie – Solo son atrasos a la llegada, nada más señor –
¿Tomáis algo para vuestro cuerpo? ¿Acaso un té?
- No excelencia, yo se que el té es lo más preciado en estos momentos, pero prefiero un buen ron.
Joaquín entre tanto junto con un escuadrón de soldados, a revienta caballos recorría todas las quebradillas que daban al mar. Su instinto le decía que por ese lado encontraría las mentadas mulas.
Y así fue, como al remontar la quebrada encantada, que queda al norte de Arica, encontró parte del tren de mulas, muy sueltas de cuerpo, pero sin ningún indio que las tuviera , y menos españoles a cargo.
La mandíbula del capitán le colgó casi hasta el pecho. En su desenfreno agarraba a cada mula y a voz en cuello, les preguntaba donde habían dejado la carga de plata.
Después de un largo tiempo lograron dominarlo, sus soldados. Todos regresaron otra vez a “mata caballo”.
Al gobernador le dio un ataque completo de gota. El capitán del galeón no tuvo más que regresar al Callao y de ahí a Lima para llevar las nuevas al señor Virrey.
Final de la historia. Don Sancho fue devuelto a España por inepto y su capitán de la guardia, aún busca el cargamento de plata perdida.
Como colorario diré que doscientas mulas eran traídas por 20 indígenas, un sargento de milicias y cinco soldados. Total 26 hombres desaparecidos con cincuenta kilos por mula y eso por doscientos nos daría una suma de diez mil kilos de plata a doce doblones de a ocho el kilo y ya se me enredo la aritmética.
F I N
(1) Mineral en estado líquido a temperatura ambiente, usado en minería,
en el proceso extracción de la plata.
(2) Sire. Forma respetuosa de Señor dada a la nobleza
(3) Vuecencia. Abreviación de Vuestra Excelencia.
Trato formal a una autoridad.
Este relato esta en la memoria colectiva de las gentes de la Ciudad de Arica
Nomade....Con sombrero y plumita de colibri contando los doblones
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