Istanbul. Quince para las cinco de la tarde; misma hora en el cielo. Dios despierta de su siesta lastrando un borroso sueño. Tomaba té... turco... con un personaje impreciso. Antojadizo, se empecina en cumplirlo. He aquí el motivo de la emisaria presencia celestial. Un servidor recién descendido. En un caótico bazar, a falta de diez minutos para una cita, que intuyo, carecerá de invitado. Dispuesto a perpetrar el antojo divino, a regatear a pesar del ínfimo precio. En su cielo Dios se desespera. No aprueba mi ir y venir. Lo sé. Faltan cinco para las cinco, pero el ritmo del Gran Bazar no entiende de caprichos deíficos. No, es la palabra de inicio. Una sonrisa humana precede un: "¡Aquí engañamos menos!" Sus manos me ofrecen una taza de té. La acepto. Son las cinco en punto. Dios podrá esperar.