Carne profanada
De pronto no hubo capacidad de persuasión, un fulgurante estallido hormigueante germinó en mis pies, mientras el serpenteo de miradas confusas no inoculaba el veneno de la vergüenza, era la ascensión de un nuevo denuedo contra la realidad remanente en el cuerpo tullido por la explosión pasional. La miré, calló una tras otra la desnudez ampulosa, la finitud parecía concomerse en el hilo de su espalda, sentía, recorría, la última gota de sudor incorpóreo apisonada, caía, prematuras, mías las manos solo rozaban, palpitante genital de encina humeaba en la sombra del día. Pues, caía el plúmbeo libido en el bruto tanteo de las manos, comprimiendo y prensado glúteos, senos, hallazgos que conjeturaban obcecación, visión lisérgica, pasión, traición, falso amor morganático. El violento gemido de la noche dejaba que se enrede, junto con ella, el sueño de la burbuja de mariposa, pues yo soy su sacerdote pagano, el mistagogo del templo de disonancia, de lacerante vida, el lisonjero de la carne. Cayó en las sabanas y esparció la sangre de virgen mientras escuchaba caer al genitor de vida, viéndome rozar con púdicos cabellos que en lontananza relucían, violándola, golpeándola. Cállate dulce perra, mírame dulce enfermedad, santa prostituta, amargo eufemismo de poeta.
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