– He descubierto algo que viaja más rápido que la luz profesor –le contaba uno de esos hombres tristes, emocionado, a un científico- El recuerdo, el recuerdo viaja más rápido.
Así decía un chiste de los que no provocan risa sino pensamiento.
A mí me ha gustado pensar que acaso sea cierto, no sé, por ahí de puro contrario a esta sociedad que se cree saberlo todo, o capaz que debo tener algo de los hombres sensibles de Flores, quién sabe.
La cosa es que desde que lo vi me saltó eso de querer que haya algo que quiebre todo lo establecido y estudiado, y que, mejor aun, viva en nosotros.
Claro que el recuerdo no es perfecto, siempre viaja para atrás. Vuelve sobre cosas conocidas, queridas o no tanto, que se han quedado en la memoria como una suerte de marca, de posta donde detenernos cuando estamos en viaje.
Y eso que no soy de los que les gusta viajar pero esto es distinto.
Algunas veces vivimos tan de apuro, fascinados por el día nuevo, encandilados por la luz del mañana, tan presurosos por escapar de la cotidianeidad que las postas se borran y ya no quedan, en la mirada hacia atrás, lugares de descanso ni disfrute.
Se nos borra el pasado en nombre de las ganas de ser, o simplemente en el cumplimiento de las ganas de otros (eso es peor), y nos quedamos sin ese viaje maravilloso donde cada uno viaja como se le da la gana.
Porque...
Quién va a decir “usted recuerde como yo le digo” o “hay normas para el viaje” o “prohibido fumar, salivar o sacar los brazos por la ventanilla”
¿Quién? ¡Nadie! Claro hombre... nadie.
Uno sólo se sienta, o de parado nomás, y recuerda.
Aunque hay momentos en los que sin previo aviso nos llega un perfume y ¡zas! la niña de ojos turquesa, la primera mirada al mar, un cielo limpio de nubes, todo llega de golpe.
Ah qué lindo cuando el recuerdo nos agarra de sorpresa, si hasta uno se emociona como un pavo, pero cómo negarle un par de lágrimas a los viejos, a las calesitas, al viento de las hamacas.
Encima nos llega tal hormigueo en la piel que uno lo primero que hace es querer revivir esos momentos y trata de hacer lo de antaño. Pero no es lo mismo, cómo se le explica al tipo que maneja la calesita que sacarse la sortija a esta edad no es un afano para los chicos sino un placer extrañado. No. Es difícil volver, hay que discutir con todo el mundo y eso desgasta. Con los chupetines es más fácil, pero no sólo de chupetines se vive.
Así que ¿qué sería de nosotros si no tuviéramos el placer de recordar con una velocidad superior a la de la luz? Estaríamos todo el tiempo compitiendo con los chicos. Sería un desastre.
Y es cierto que la mente es extraña, sagaz, traicionera; que maneja las vivencias a su antojo, que no se puede confiar demasiado en la memoria, que en ocasiones nos miente y manipula el ayer como si no hubiera existido, es cierto todo eso, pero no es excusa para olvidar o, en todo caso, bien se podría olvidar este último párrafo.
Yo ya lo he hecho.
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