“Desperté”
Parte I
“El atardecer”
Era un domingo cualquiera cuando el pequeño Asdrubal de 7 años y su mejor amiga Ingrid de 6 años, corrían por los arenosos patios de las vecindades de aquel pequeño pueblo arábigo, dos hombres armados con espadas, escudos y capas los perseguían por todas partes, entre los callejones, atrás del templo, en la explanada central, corrían enfrente del palacio, entre las palmeras, entre las casas, por los bazares, que rodeaban la pequeña plaza central, a la derecha el local del herrero, a la izquierda el panadero, frente a ellos un muro, no había escapatoria, era momento de pensar, Asdrubal buscaba una salida, de pronto, todo se volvió blanco.
Parte II
“El frío”
Sentí el frío de las madrugadas cuando no hay un techo y unas paredes que te cubran, así que decidí caminar y buscar el calor de algún lugar cerrado, es curioso, frente a mi hay puertas y puertas cerradas, no hay gente en las calles, a mi lado sólo está mi fiel, peludo y hambriento yke; Yke sólo volteaba a mirarme; al llegar al centro de la plaza, actué y recite mis versos como suelo hacerlo, pero esta vez, había algo distinto mí.
Parte III
“La noche anterior”
Cuando abrí los ojos, los hombres, ya no estaban, Ingrid no estaba, y yo no quería estar, me levanté y traté de enfocar las cosas, todo aún daba vueltas, todo era nublado, era como una gran neblina, poco a poco, todo fue cesando excepto aquel gran dolor en la nuca; corrí como los andróginos deben de hacerlo, corrí por todas partes, frente a mí caras, caras y más caras, pero ninguna era la de ella; recuerdo que mis piernas ya no podían más, mi cuerpo, estaba más fatigado que nunca; la noche había caído, las puertas se habían cerrado, y la esperanza había desaparecido.
Sabes yke, es extraño que la haya soñado la noche anterior, han pasado ya 14 años, pero aún recuerdo el dolor en la nuca, los mareos, las lágrimas y la desesperación.
Parte IV
“El anuncio”
“Padezco de una enfermedad que no tiene cura, muero lentamente a cada segundo, la enfermedad me carcome las entrañas y me nubla la vista, la falta de oxigeno y coherencia se han vuelto tan cotidianas como la locura. . .” la gente mirándome, los suspiros se hacían presentes, una lágrima por aquí, otra por allá, la plaza, llena, hoy era un gran día para recolectar dinero, hoy había un gran anuncio, por eso la plaza estaba llena, yo sólo era el espectáculo que entretenía a la gente antes del esperado anuncio “… Los intestinos se revuelcan en mi interior como queriendo escapar, los ojos no me sirven de nada, el corazón late a tal velocidad que a veces creo que explotará...” Las monedas una a una empezaban a llenar mi pobre trapo. “…Mi cuerpo ahora suda lágrimas, las palabras se me quiebran y los cataclismos son más frecuentes…” Yke vigilaba sigiloso todas las contribuciones, los dos sabíamos que esas monedas nos harían sobre llevar el mes “…Muero segundo a segundo, me asfixio a cada bocanada de aire que intento dar, en mi mente sólo existe la enfermedad, no hay nada más en que pensar…” es momento, el anuncio está por darse, debo terminar, pero debo terminar en grande, unas monedas más no le hacen daño a nadie “…Moribundo soy, con orgullo lo digo, moribundo soy, padezco de la enfermedad de tu amor, incurable, insaciable, y contagioso, moribundo soy, padezco de amor, y muero segundo a segundo en que no estás a mi lado.” La gente aplaude, las monedas se desbordan, parece que al fin hemos de tener una comida decente; de pronto suenan las cornetas, el sultán Adardo toto Medardo aparece en el balcón y anuncia que dentro de una semana han de llegar los 4 pretendientes de la princesa, los aplausos inundan la ciudad y poco después todo vuelve a la normalidad. “Vamos Yke busquemos algo de comer”.
Parte IV
“Los pretendientes”
Era de mañana, el frío poco a poco iba desapareciendo, el pueblo estaba conmocionado hoy llegarían los pretendientes con sus respectivos dotes al rey, todo estaba en silencio, todos esperaban con ansia la llegada, la plaza estaba repleta, era un buen día para actuar, el tiempo fue pasando lento (como suele pasar cuando uno espera con grandes ansias), hoy se decidiría quién sería el futuro sultán, de pronto, al medio día, la pequeña esperanza entro corriendo a la plaza gritando “ahí vienen, ahí vienen, ya llegaron” a los cinco minutos, por las puertas del reino entraron elefantes, camellos, caballos, guardias, todo un desfile dorado, todo cubierto de oro, los trompetistas gritando el nombre del príncipe Thirzhen, era conocido por ser amable, su pueblo siempre tenía la razón y no había disturbios, al llegar a la plaza central, se abrieron las puertas del palacio, y salió el sultán a recibirlo, a su lado guardias y detrás de él la princesa cubierta por completo, finalmente se encontraron cara a cara, El joven príncipe bajo de su caballo y se presento a sí mismo. “Yo soy el príncipe Thirzhen, del reino del este; ofrezco a usted mi riqueza, mi pueblo y el amor para su hija” el sultán lo abrazo y le pidió mandara el dote al palacio, al poco tiempo la segunda caravana de riquezas, parecía un mar de oro, plata y joyas; la gente estaba impresionada con el evento, era el príncipe Abner del reino del norte era famoso por ser rebelde hacia su padre y pensar que el mejor funcionamiento del pueblo era confiar en sus consejeros. “Yo soy el príncipe Abner, del reino del norte; y vengo a regalarle este océano de riquezas a cambio del amor su hija”; una vez más el sultán lo abrazo y le pidió mandar el dote al palacio. Seguido del príncipe Abner estaba el poderoso príncipe Kugel, era conocido por sus grandes conquistas, sabía seguir las órdenes de su padre al pie de la letra, y era famoso por sus grandes estrategias diseñadas por sus comandantes y él, hasta el momento no había perdido una sola batalla. “Yo soy el gran Kugel, del poderoso reino del sur, ofrezco a su majestad mi lealtad, estos guerreros, las riquezas y el control de mi última conquista, todo a cambio del amor de la joven princesa”; finalmente llegó el último pretendiente Akil del reino del oeste, era famoso por nunca estar conforme, todo para él estaba mal, también era famosa su mano dura (las ejecuciones en su pueblo no eran nada fuera de lo común, su palabra se debía hacer y no había más), “yo soy Akil, del reino del oeste, y doy estás riquezas por el amor de su hija y no aceptaré un no como respuesta”.
Parte V
“la negociación”
El sol estaba por caer, el pueblo seguía en shock los cuarto pretendientes estaban frente al sultán y la princesa; de pronto una oleada de viento movió el velo de la princesa y congelo el alma de todos los presentes, finalmente, su rostro sería descubierto, ¿será cierto que es tan bella como cuentan las leyendas?, un silencio invadió al mundo y detuvo los granos de arena del reloj. La princesa alzo su velo y descubrió su cara.
Al verla lo supe, era ella, ella era la pequeña niña de la que me había enamorado, no lo podía creer, durante años había hablado de ella, había vagado buscándola, al fin entiendo, porque aquellos hombres nos perseguían, tenía que hacer algo; la imagen de aquel callejón me invadía la mente, esta vez encontraría una salida, a mi izquierda guardias, a mi derecha más guardias, delante de mí cuatro pretendientes con cuales no puedo competir, piensa Asdrubal, piensa, encuentra una salida, ¡encuéntrala!; sin dudarlo grité ¡Alto! corrí hacia ella como deben de correr los andróginos al encontrarse, sorteé la barrera de guardias (en ese momento mi vida no importaba), corrí, corrí hacia ella, pero los guardias me atraparon, grite, grite, que la amaba con toda mi alma; el sultán, sólo dijo “LLévenselo y mátenlo”; los guardias me arrastraban, yo forcejeaba, intentaba soltarme y gritaba, “Ingrid soy yo Asdrubal, el sol y tú la luna de aquel eclipse, ¿a caso no lo recuerdas, me has olvidado?”; de pronto, ella gritó, “esperen, lo conozco, es mi amigo” el sultán grito una vez más “Guardias no hagan caso, llévenselo y mátenlo, he dado mi orden”; de pronto ella corrió hacia donde me encontraba, me abrazo, y le dijo a su padre, que si hacia eso, ella también se habría de matar; el sultán respondió “Guardias esperen”, me soltaron y entonces pude decirlo, “Ingrid, sé que no soy un príncipe, ni tengo mares de joyas, yo solo tengo hambres, lágrimas, mi poca vida, mis versos, un perro y gran amor hacia ti, nunca te he olvidado, sé que no puedo ofrecerte nada, más que mi vida, pero quisiera fueras mi luna una vez más”; el sultán y los príncipes soltaron grandes risas de enojo; El sultán repitió su orden una vez más y una vez más ella intervino; no dejando más opción a Adardo que decir “Dices que lo único que tienes para ofrecer es tu vida, está bien acepto el dote; si logras pasar 40 días con sus 40 noches, sin comer, sin beber agua, sin moverte, sin cobijarte, sin ocultarte del sol, serás el futuro Sultán; aunque claro, solo he de tomar tu dote, tu sufrimiento, ya que nunca sobrevivirás a esa tortura” acepte sin dudarlo, caminé hacia el centro de la plaza, y me senté, como se sienta la gente cuando ha decidido algo.
Parte VI
“los primeros días”
La multitud se disipó, todos volvieron a sus actividades, comentando ¿cuánto tiempo aguantará la tortura?, no me importaba, yo estaba determinado a lograrlo, 40 días no eran nada a comparación del sufrimiento que había vivido durante 14 años sin ella, los primeros días los pasaba pensando en ella, en aquellos recuerdos; cerraba los ojos y volvía a ser aquel niño de cinco años que se enamoró una tarde detrás del templo; lo recuerdo bien, estaba sentada detrás de una palmera, lloraba sin cesar, me acerque por detrás y tocándola dije “las traes”, y de pronto, tu sonrisa, Dios tu sonrisa, recuerdo en ese momento decirme a mí mismo, esa sonrisa me va a matar (creo que a eso es a lo que le llaman ironía); ella se quejaba de su padre, que siempre la estaba criticando, que nunca la dejaba hacer nada, no la deja salir de casa, pero ella se escapaba, que no la dejaba jugar con los demás niños, y siempre decía que yo era su salvador, que yo era lo mejor de su vida.
Siete días han pasado, la barba me ha crecido, el frío, el calor, el hambre, y la sed, yo no forman parte de mi vocabulario, ahora han sido substituidas por las palabras, famélico, deshidratación, sufrimiento, dolor y amor, amor eso era lo que me hacía seguir adelante, era lo que hacía que todo se olvidara y siguiera aferrado a mi decisión.
Parte VII
“Las ofertas”
A los 15 días Thirzhen y el Sultán tuvieron una larga plática; poco después de ella, llegaron a mi dos guardias ofreciéndome comida, agua y un lugar para dormir, con tal de abandonar mi propósito, lo rechacé sin dudarlo un solo segundo, yo seguía pensando en ella, ella, que se asomaba de vez en cuando para verme desde su ventana; el tiempo siguió pasando, el pueblo poco a poco, me iba apoyando más, los príncipes cada vez se desesperaban más, las pláticas se hacían más frecuentes, a los 20 días, el pueblo era mío, se comentaba por ahí, “si es tan determinado y apasionado para todo, no dudo que sea un gran sultán”, era bueno saber que contaba con su apoyo, me hacía fácil el rechazar las ofertas, no niego que eran buenas; a los 22 días el joven príncipe Abner había mandado a dos de sus mejores consejeros, para intentar seducirme con riquezas, poder, y todo lo que yo pudiera soñar, pero yo sólo podía soñar con ella, con sus ojos, su sonrisa, y con estar a su lado; entonces me era fácil rechazar esa oferta, a mí no me interesaba ni el oro, ni el poder, me interesaba mi autorrealización, mi felicidad. El tiempo seguía su curso, el hambre a veces era tan fuerte que llegué a pensar que no lo lograba, costaba mucho trabajo rechazar una hogaza de pan del pueblo, que me apoyaba, la sed era tan intensa bajo el sol del desierto, era como mil dagas clavadas en la garganta, a veces estuve a punto de pedir la muerte, sólo para no seguir sintiendo aquel dolor tan intenso, aquella desesperación, pero una vez más su sonrisa me alentaba, y pueblo cada día que pasaba me apoyaba más, me animaban, yo seguía, soportaba todo, frío, calor, sed, hambre, dolor, todo con tal de cumplir mi sueño, a los 32 días el príncipe Kugel se reunió con el sultán y sus concejeros, para determinar cuál sería la mejor manera de convencerme de desistir, al parecer después de haber resistido 32 días y rechazar dos grandes ofertas me tomaban en serio, su plática fue larga, pensaban, proponían, volvían a pensar, daban vueltas y volvían a proponer; al día 33 llegó a mí uno de los concejeros a darme la resolución, fue entonces cuando ofreció riquezas, mi propio reino, mujeres, comida, de todo en abundancia, con tal de desistir a mi lucha, pero, yo no quería un reino que fuera otro, me había encariñado con esa gente, la conocía, creía saber lo que era mejor para ellos, no me importaban las mujeres, yo sólo tenía una en mente, la parte de la comida fue lo más difícil de rechazar, pero el pueblo estuvo ahí para apoyarme, me decían que lo rechazara, que no aceptara, y así fue, tome valor de ellos y rechacé su tercera oferta; los últimos días fueron los más difíciles, el cuerpo no me respondía, los ojos se me cerraban, la respiración me faltaba, la boca estaba más seca que la misma arena y las alucinaciones se hacían presentes con demasiada frecuencia; para el día 38 todo el pueblo estaba seguro de mi victoria, yo estaba seguro de mi victoria, los príncipes estaban convencidos de mi victoria, hasta el sultán sabía que nada me podría detener, eran sólo dos días más, dos días no eran nada comparados con los 14 años que había esperado por volver a verla, el pueblo gritaba a los cuatro vientos mi nombre, lo cual no le agradaba a nadie en el palacio, mucho menos al príncipe Akil, el cuál decidió arreglar todo por su cuenta, así que ordenó a sus mejores soldados el matarme, y así fue, al día 39, un escuadrón de soldados salió del palacio, el pueblo inmediatamente se dio cuenta de lo que pasaba y corrió a defenderme, crearon una barrera tan grande y gruesa, que jamás lograron llegar a adonde me encontraba, las murallas retumbaban, al sonido de mi nombre, el palacio temblaba con la voz del pueblo proclamándome como el futuro sultán, la gente a mi alrededor me animaba, decían “un día más Asdrubal, un día más”, la noche cayó, es la noche más difícil que he vivido, había soldados intentando pasar la gran barrera que me cubría, el pueblo no regalaba ni un paso, los príncipes gritaban, el sultán ordenaba, la disputa no se sabía se era mayor dentro o fuera del palacio, la princesa se encontraba tranquila en su habitación, a la espera, y yo, yo me encontraba luchando con el umbral de la muerte, todo parecía caos, hasta que el sol se hizo presente.
Parte VIII
“A una hora”
Era una mañana diferente en el pueblo, no había frío, era un amanecer amarrillo, la lucha cesó, el sultán hacía los preparativos, los príncipes gritaban, amenazaban al sultán, el pueblo me proclamaba monarca, los aplausos hacían temblar a los otros reinos, el viento corría por mis venas, la sensación de estar vivo era increíble, yke seguía a mi lado, faltaban escasas horas para mi proclamación, el pueblo ahora más que nunca me apoyaba, el banquete era preparado, la felicidad inundaba todo como una neblina densa, los príncipes partieron, no podían ser participes de aquello a lo que ellos llamaban un acto despreciable e inconcebible; faltaba una hora para que fuese proclamado futuro sultán; -jamás he tenido un momento de tanta claridad como ese- me puse de pie con la poca fuerza que quedaba en mi desgastado cuerpo; el sol estaba por caer, entonces caminé, caminé hacia la puerta del reino, después caminé aún más hacia la arena, caminé lo más lejos que pude, caminé y me fui, me fui como se van las cosas cuando no piensan volver.
Parte IX
“Esperanza”
Una niña juega en las afueras de la ciudad mientras su madre recoge dátiles de las palmeras, como lo hacen todas las mujeres (órdenes del sultán Kugel - tras mi partida y muerte del sultán Adardo toto Medardo, hubo una gran guerra por el dominio de nuestra pequeña aldea-), es aproximadamente el medio día, el sol pega con todo el rencor posible, de pronto, un viento fuerte golpea la arena como suele hacerlo en el desierto, la tormenta llega sin avisar, dentro de toda la confusión la pequeña niña se queda rezagada, a lo lejos, se ve un hombre en un caballo, éste llega a su rescate.
Niña - Cuando abrí los ojos vi un caballo negro, una mandolina, una guitarra y muchas hojas tiradas en el suelo, a lo lejos, en el fondo de la cueva se vislumbraba un hombre de barba, turbante y ropa sucia, junto a él se encontraba un perro viejo y fiel, no me quise mover por miedo, pensé en levantarme y salir corriendo, pero la tormenta tal vez seguía ahí, al pararme moví una olla, el señor volteó y me dijo, “tranquila estás a salvo pequeña esperanza” fue entonces que lo reconocí, era él no había duda, era Asdrubal, del que todo el pueblo seguía hablando, yo era muy pequeña para entender lo que sucedía hace siete años, pero ahora lo podía entender un poco más; me miró a los ojos diciendo “cuando termine la tormenta te llevaré de vuelta al pueblo, pero no les puedes decir que me has visto”, me exalté, no lo entendía, fue entonces cuando le pregunté lo que todos han querido saber, ¿por qué?, ¿por qué se fue?, fue entonces cuando me contó esta historia y termino diciéndome mientras me miraba fijamente a los ojos; “…yo la amaba tanto, la amaba al grado de dar mi vida por ella, pero ella no fue capaz de ahorrarme ni una hora de sufrimiento, fue entonces que desperté”
Edgar Andrés Sotelo López
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