Entró por una de las ventanas que olvidé cerrar, su color era el mismo que el del mate con puntos naranjas dispersos. Su forma pues no sé cuál era, su cabeza parecía la de un buey sin cuernos, su torso era amplio y sin cabello, como el de un gorila y sus piernas eran de avestruz. Nunca lo vi abrir la boca, pero oía su voz como desde un pozo, una hermosa voz de mujer.
Al principio, como cualquiera, sentí mucho miedo. Cuando me respondió al ¿Qué quieres de mí? Sentí pavor, él, ella o eso, quería que matara a mi madre. Razonar con esa criatura era imposible, sabía lo que yo pensaba antes de decir algo, y lo peor es que no le fue muy difícil convencerme. Sabes que si no la matas tú primero, ella te matará a ti-me decía-después de todo ¿qué garantía tienes de que en realidad sea tu madre?
Creo que fueron cuatro días los que pasé conversando con la criatura en mi habitación, el cuerpo de mi madre ya apestaba y los gusanos que se comían su cuerpo eran ahora del tamaño de mi meñique. Ellos ganaron, yo debí haber comido menos de la mitad de ese cadáver, al principio me dio asco la sola idea de comerme a mi mamá, pero la criatura insistió tanto, aparte ella ya había empezado a comerse uno de los muslos. Si alguien ha de comerse a mi mamá, ése debo ser yo-pensé; mas fracasé porque los que en realidad se dieron un festín de ella fueron los gusanos, que probablemente también llegaron por la misma ventana que olvidé cerrar.
La criatura jamás me dijo su nombre ni de dónde venía, se limitaba a hacerme dudar . Cuando llegó la policía, de mi madre ya sólo quedaban los brazos y la cara, quizás un poco de las pantorrillas y la piel de los pies, pero nada más. Mi parte favorita fue comer sus intestinos, cuando lo confesé con los oficiales, uno de ellos me abofeteó. Insistieron tanto en saber cómo maté a mi mamá, que les conté todo a pesar de las amenazas del monstruo:
Me gusta pensar que no le dolió-empecé a contar-ella estaba dormida como siempre, las pastillas que le recetó el doctor no le permitían pasar ni la mitad del día despierta, tampoco creo que le haya extrañado verme con la almohada entre ambas manos, ella sabía muy bien que la mataría un día. Sin embargo opuso mucha resistencia, quién iba a pensar que una persona tan vieja iba a temer tanto a la muerte. Finalmente dejó de mover las piernas y los brazos, me hubiera gustado mucho haber visto su cara mientras moría, pero me conformé con escucharla gritar y maldecirme.
Ella, mi madre, está sentada a mi lado en este mismo instane, siento su fría respiración sobre mi oreja izquierda, y sé que nunca se va a ir, cada persona que uno mata es una alma más con la que hay que cargar mientras vivimos, pero en el más allá, se convierten en esclavos eternos. Al menos eso fué lo que me dijo la criatura que entró por la ventana que olvidé cerrar, que habla con voz de mujer, la misma voz de mi difunta madre, quién siempre tuvo miedo de dejar las ventanas abiertas por la noche.
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