Capitulo Suelto de las andanzas del fidalgo de Las Manchas, que por justezas y otros azares visitara la tierra de los gomeros. Hoja suelta que se calló de una historia mas larga
El fidalgo de Las Manchas, afilado lambrin, mujeriego y pendenciero, dado a las justezas y más refinadas virtudes del trato con hembra y los amores del muslo, cabalgaba rocín flaco y desmañado, que ante el se apareciera como la más poderosa caballería que en justas se presentara.
Decidido a llevar los parabienes de las ordenes de caballería a los otros territorios de Afortunadas Islas, se lanza al trote campero hacia el monstruo metálico que todo lo traga, carros, personas y señoritas de postín, desaparecen por la boca de la gran bestia que ruge a la orilla de la mar.
El caballero de afilada figura y menguado perfil, pica espuelas al rocín y a la carga, a galope tendido, cabalgando con la pica en flanco, da en la oscuridad de los costillares de la gran bestia. Varias horas de oscuridad que se dejaron pasar regadas con buen vino que por fortuna mana en las Afortunadas, dieronle luz y día, tres jornadas más tarde, cuando el monstruo lo arrojara en el territorio de los gomeros.
El insigne hombre menguante, aun cansado del trajín de la lucha con la bestia metálica y los vapores del vino, no hallaba sustento a su visión, y al tiento condujo al cuadrúpedo por un tortuoso a la vez que escuálido camino a la búsqueda de las gentes de aquel país de Gomera.
Dos jornadas más tarde, descendía desde el Cruce Eterno, hacia la ciudad de Vallehermoso, que por estar custodiada por un gigante pétreo aunque descoronado, al que llaman el Cano, siempre se ha sentido arropada y defendida de incursiones malsanas, y trapicerias de piratas y corsarios.
Cuando el maestro aguileño y puntiagudo asomaba por el Pollo de Las Flores, ya se encontró una comitiva que habia sido delegada por la población para darle la bienvenida, e indicarle el camino conveniente para la mayor fortuna de su empresa.
Como quiera que el caballero de quijada enjuta, insistiera en tomar el camino y descender a la ciudad de las dulces damas y los hombres galantes, para tomar trato directo con la población de aquella pequeña ciudad del Vallehermoso, la comitiva se ve obligada a pasar aviso a cuantos apostados en la orilla del camino guardan el acceso a la población de las incursiones de aviesa intención, cosa que hicieron emitiendo largos y profundos sonidos con rítmica melodía de parloteo, a lo que llamaban "silbe paisano".
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