Aíra había nacido un 26 de agosto, el mismo día que Teresa de Calcuta, horóscopos aparte. Fue la niña más dulce de la calle Campichuelo y objeto de numerosas apuestas en su barrio. Algunos hombres se olvidaban de la partida de truco en el club y se reunían en un pequeño barcito, mugriento en Campichuelo y Lezica con su padre, un grandulón medio bobo al que la vida le había dado semejante regalo más el plus de las ganancias que el modo de ser de la nena le proveía.
No lloró al nacer, cosa de la cual sus padres se jactaban, sólo había sonreído al médico como pidiendo disculpas por el trabajo que le había ocasionado. Exageración o no, a Aíra jamás le dolía la panza ni protestaba porque sus pañales estaban sucios. Su madre cronometraba sus mamadas, porque Aíra tampoco lloraba por hambre, cada tres horas se acordaba que debía alimentarla, pero la nena nunca se quejó por algún atraso imprevisto.
Su nombre fue elegido en homenaje a su tía Aída, más el empleado del Registro Civil cambió la “d” por la “r” y así la nombraron de ahí en más. Menuda paradoja porque la ira y Aíra no se conocían. La nena era hermosa, algunos vecinos maldicientes decían que su padre en realidad era un escritor patrón de la madre, a la que ella le hacía la limpieza semanalmente y que fue él en realidad que insistió con el nombre.
-Nunca se queja, no llora, no protesta, no conoce la ira-
María mucho no entendía pero el embelesamiento que le producía aquél muchacho barbudo y tan inteligente hizo que recalcara cada vez que alguien la nombrara de otra manera. Además al bruto de su marido trató de explicárselo pero como no sabía bien de qué hablaba, pegó tres gritos y el hombre obedeció sin chistar. Después de todo a la patrona hay que darle alguna alegría.
Fue perfecta su maduración, la dentición a tiempo, dejó los pañales sin traumas y comenzó a hablar claramente desde el año y medio. Su padre, hombre bastante haragán que vivía de changas, trabajitos poco complicados en el barrio, alguna que otra canilla que goteaba, una pared que debía levantarse, vecinas solas con algún enchufe en mal estado, mensualmente trabajaba hasta pagar las cuentas, cuando lo lograba y su mujer estaba tranquila pasaba sus días hasta fin de mes en el café, no tenía ambiciones, ni sueños elevados, su vida transcurría entre el café, su casa o la de algún vecino y sólo los domingos visitaban a la familia que vivía en la provincia. Su mamá vestía a Aíra como una princesa y sin ser insidiosos, los tres semejaban dos sirvientes con una niña que parecía una reina.
Su escolaridad fue una panacea, era la preferida de sus maestros y la voz de la niña era dulce, se destacaba en la danza y los actos escolares la tenían siempre como protagonista.
El desafío de las apuestas de los hombres era descubrir en Aíra algún gesto obsceno, una mala palabra, algún mal gesto. Por todo esto la niña era vigilada día y noche.
-Alguna travesura debe haber hecho alguna vez, la maestra la habrá retado-
Los informantes eran los compañeritos de clase que inducidos por sus padres la controlaban constantemente, ellos esperaban ansiosos a sus hijos, haciéndole el diario y pesado cuestionario sobre su comportamiento escolar, tratando desesperadamente de encontrarle alguna falla, pero era inútil. Su padre ganaba algunos pesos con esas apuestas:- Te apuesto que va a enojar- Con tal fin inventaban terribles maldades. Una vez Carlitos, el hijo del gordo, llevó al colegio un sapo y en el recreo aprovechó para colocarlo en su cartuchera. Todos estaban al tanto de esto pero cuando Aíra volvió al aula y sacó su lapicera, tranquilamente sonrió y acomodó al sapo tiernamente en el piso, ante los gritos de sus compañeras que huían por los pasillos.
En las vacaciones la niña acompañaba a su madre al la casa del escritor y mantenían largas conversaciones de las que su madre no participaba, no porque no la dejaran sino porque no entendía nada. Allí observaba cambios en su hija, la niña hacía gestos que ella no le conocía, se reía fuerte, cantaba, bailaba para él pero de una manera diferente.
Una tarde e que había concurrido sola Pablo, ese muchacho medio loco que se la pasaba leyendo o escribiendo, que no se despegaba de la computadora, la esperaba sentado en el sillón del living misteriosamente.
-Hola María, necesito hablar con vos, proponerte algo que te convendrá mucho a vos y tu marido y beneficiará a Aira- sin acento como él la nombraba.
-Vos sabés que tu hija no pertenece a este ambiente, que la están convirtiendo en una rata de laboratorio, ella se siente perseguida y así me lo ha confesado, está soportando las miradas y bromas pesadas de todo el barrio y sólo por ser diferente, porque es buena y dulce, ella está sintiendo que el ser de esa forma está mal, ya casi tiene once años y se acerca el momento de su escolaridad secundaria y quiere salir de esta realidad, así me lo ha confesado-
-No le entiendo, si la nena siempre está tan contenta-
-Parece pero no es así, Aira está cambiando y quiere algo mejor para ella, yo puedo y quiero brindárselo-
-Pero señor Pablo, la nena es nuestra hija y bueno…la atendemos como podemos, nunca le faltó nada, bah a veces no sabemos cómo hablarle pero ella no nos protesta, siempre está de buen humor, me ayuda y…- la mujer tomó aire- mi marido la quiere, a su manera pero la quiere-
-María, Aira ha leído mucho, conoce más que muchas mujeres adultas y sabe que acá no quiere quedarse-
-Pero señor a nosotros nunca nos dijo nada-
-No creo que lo haga pero Aira está muy enojada-
La mujer rió burlándose del hombre.
-Nooo, eso no, Aíra no sabe cómo, si nunca se enojó-
-Volviendo al punto, les propongo a vos y tu esposo que me dejen que la guíe para que estudie en un buen colegio, tiene una facilidad increíble para aprender y es un desperdicio, Aira es una nena especial y se está convirtiendo en una mujer bella, inteligente y con muchas posibilidades, sería una pena que se quedara acá, ella me cuenta que hacen apuestas a ver cuando aflojará y será una nena vulgar que se enoje y diga algún improperio-
La mujer se sonrojó.
-Bueno, sí el Pocho juega unos pesitos, pero no tiene nada de malo, después de todo es sin maldad-
-Insisto María tu nena es una perlita, una joya, por su bien, déjenme que sea su mentor-
La mujer entendía cada vez menos, hizo sus quehaceres y se fue enojada con aquél loco que quería quitarles a su hija.
Los días pasaron hasta que a la semana siguiente Aíra, dulcemente pidió a su madre acompañarla a la casa del señor Pablo, a lo que la mujer se negó violentamente.
La nena sin protestar fue a acostarse y a la hora de comer dijo que no tenía hambre era la primera vez que Aíra hacía algo de esa índole.
Cuando el pare volvió del boliche furioso recriminó a la mujer.
-Estas cosas raras, que nadie se vaya a enterar, aposté veinte hoy-
Fue al cuarto de al nena, la levantó de la cama a los empujones y Aíra se sentó a comer sin chistar. Después de la cena fue al baño y vomitó su cena delante de sus padres que la miraban sin comprender qué sucedía.
Se repuso, dijo a sus padres que debía bañarse y luego fue a acostarse sin saludarlos siquiera, con una filosa mirada que no le conocían.
Los hechos se fueron sucediendo cada vez más aceleradamente y los padrs rogaban a Aíra que se comportara como antes, a lo que la nena sonreía burlonamente. Ellos escondían sus conductas, rezando cada noche para que esto no se notara en la escuela, su padre seguía cobrando ganancias de las apuestas que en realidad perdía, vivían escondiéndose y tapando las actitudes rebeldes de la nena que se estaba convirtiendo en una preciosa mujer.
Culminó su séptimo grado con todos los honores, abanderada anualmente, con la actitud humilde de siempre, pero un observador sagaz hubiera advertido en su mirada un fuego que la consumía. Y ese observador era el profesor de artes de la escuela, el señor Pablo que temía por lo que inevitablemente sucedió.
Esa madrugada el barrio despertó sobresaltado, de la casa de los Gómez salían espeluznantes llamaradas, llamaron a los bomberos, pero fue tarde, sus padres murieron carbonizados, a la nena la encontraron sentada en la vereda de enfrente con una lata vacía de nafta y riendo a las carcajadas.
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