El invierno se acercaba en el lago de los ornitorrincos y Ornella empezaba a sentir algo de frío. El viento del sur traía el glacial hálito que haría hibernar a muchos de sus amigos, pero ella y ringo eran diferentes. Además de todas sus consabidas rarezas, tenían la peculiaridad de pasarse toda la estación invernal despiertos. Ornella pensaba que ojala esa sensación de adormecimiento después de comer se prolongara hasta que todos despertaran en primavera. Pero no… era simplemente que había comido demasiados camarones y no podía evitar que sus ojillos se cerraran. Agito la cabeza para despejarse y abrió todo lo que pudo esos diminutos y brillantes puntos negros a cada lado de su cabeza. Era realmente hermoso el lago en otoño. Miles de hojas de sauce flotaban en el agua como pequeñas barcas amarillas y naranjas, abriéndose paso entre los verdes nenúfares, celosas de los esbeltos eucaliptos que aun mantenían su intacto esplendor.

Ringo se acerco a ella y la abrazo muy fuerte, pasándole el calor acumulado en el interior de la madriguera. Ornella dejo de tiritar.

- vamos a estar muy solos este invierno – dijo Ornella

- Si. No es fácil ser ornitorrinco. ¡pero tiene sus ventajas!

- ¿si?

- ¡¡Claro!! Mmmm. A ver… por ejemplo…

- ¿Por ejemplo? – replico Ornella.

- Pues… ¡Que tu también lo eres! – y esbozo una enorme sonrisa de pico a pico.