Allí estaba ella, mirando por la ventana, fuera la noche cubría la ciudad, una noche fría, estrellada. La calle vacía, silenciosa, los coches que la poblaban durante el día habían desaparecido, las amas de casa, las madres que llevaban a sus hijos al parque cercano, los estudiantes que se dirigían con las mochilas al instituto, o después a los recreativos, los oficinistas que corrían todas las mañanas camino del metro, todos se habían marchado. Las siempre tímidas luces de las farolas iluminaban unos adoquines ahora grises, sin vida, sin risas, sin voces, sin máquinas trabajando. La vida de la ciudad se había detenido, ni siquiera una luz en alguna ventana indicaba que tras los cristales habitaba algún trasnochador, algún insomne, algún estudiante rezagado preparando un próximo examen.
Era su momento favorito del día, cuando ya todo dormía dentro y fuera. Los niños se habían acostado hacía mucho tiempo, su marido ya la había dado las buenas noches y también se había ido a la cama, nunca le había gustado ser un noctámbulo como ella, no entendía su manía de quedarse leyendo, o escribiendo, o trabajando hasta altas horas de la noche, pero ya lo había aceptado, ya no importaba. Y ella disfrutaba esos momentos en soledad, en silencio, cuando el único ruido era el zumbido del ordenador siempre encendido y al que después de tanto tiempo ni siquiera oía.
Hoy la noche era especialmente hermosa, desde la ventana de su buhardilla disfrutaba del espectáculo de las estrellas, mañana estará todo helado, pensó. Cogió aquel libro que estaba leyendo, que tanto le gustaba y que tan buenos momentos le proporcionaba. Un reloj sonó a lo lejos, levantó la vista de su lectura y miró por la ventana. La misma silueta de todas las noches se recortó en la lejanía, era el cambio de turno. Sonrió, sabía lo que eso significaba, la misma rutina de todas las noches, esa hora bruja en la que como por arte de magia su ordenador cobraba vida, se oía el conocido toc, toc, toc, y comenzaba la charla amable, la que durante los últimos tiempos había llenado parte de sus noches. Y ella siempre lo esperaba allí, mirando por la ventana, mientras fuera la noche cubría la ciudad, una noche fría y estrellada que la magia de la palabra llenaba de calor
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