"¿No te reconoces?" -me indicó mi mujer exaltada. Observé desconcertado el boquete de luz ocupado por las risas de un juego de niños. Nosotros. Mis amigos: Antonio, Manolito, Jose Miguel... y un enclenque diablillo llamado Gervasio. Sí, me reconocía. En el verano de una calle de Sevilla. Sobre los escombros del viejo edificio en ruinas que albergó tantas tardes de juegos alocados. ¡El señor extranjero! Recordé la tarde de aquel verano en la que conocimos al señor extranjero. La primera vez que vi una cámara fotográfica. La jubilosa expectación despertada. Sesenta años más tarde, atónito, descubrí en una exposición la primera fotografía de mi vida.