Ese día, estaba seguro de que mi vida ya no tenía solución. Los problemas se amontonaban en mi agenda de tal manera que yo no sabía con cuál empezar, y no eran solo de índole laboral; mi vida social (la poca que tenía) y mi salud estaban también arruinadas. Pues si, el momento del caos había llegado. Justo cuando ya no podía soportar más la presión, me salí de la oficina y me senté en la banqueta que esta enfrente del edificio en el que trabajaba, traté de calmarme respirando profundamente y me desabroché tres botones de la camisa para evitar que la vena de mi frente se reventara. Estaba yo ahí sentado mirando pasar a las personas que seguramente tenían una vida menos miserable que la mía, cuando instintivamente tomé mi muñeca izquierda entre mi pulgar e índice derechos y empecé a buscar un punto entre los huesos de mi articulación. De repente sentí un escalofrío en mi nuca que se irradiaba hasta mi espalda, sabía que había encontrado algo que inconscientemente, desde hacía mucho tiempo estaba buscando. Giré mi cabeza para observar mi muñeca y entonces ví un foquito rojo que parpadeaba por debajo de mi piel. No me dio tiempo de gritar, ni siquiera de sorprenderme, simplemente desaparecí de aquella banqueta.
De repente recobré la consciencia, pero aquel escenario citadino en el que me hallaba había desaparecido, en su lugar había una playa de lo más hermosa e inusual. Yo me encontraba acostado en una hamaca en estado cataléptico, absolutamente maravillado y sin poder reaccionar, lo único que podía sentir era mi mano rozando suavemente la arena fría y una fuerte brisa acariciando mi cara. De repente ví dos hermosas jóvenes acercándose a mi, cuando estuvieron a lado mío una de ellas me toco el hombro y me dijo al oído: “puedes estar tranquilo.” Inmediatamente me incorporé y respiré profundamente, casi violentamente, como si nunca en mi vida hubiese respirado, las dos jóvenes solo me miraban y sonreían. - ¿Dónde estamos? Les pregunté. Al escuchar mis palabras se fueron corriendo sin dejar de mirarme ni de sonreírme.
Aquella playa era un lugar extraño e increíble, la arena era demasiado blanca, el cielo era tan azul que hasta lucía oscuro, el mar era casi fosforescente y la brisa era demasiado fuerte y tenía un intenso aroma a coco. Me sentía en paz en aquel sitio, sentía una paz que nunca antes había sentido, era una paz perturbadora.
Por unos minutos me quedé sin memoria ni identidad, todo dejó de importarme, ¿para que pensar en otra cosa cuando todo lo que perciben tus sentidos es bonito? Pero cometí el error más común de los seres humanos que no creen en su propia felicidad; traté de pensar de modo racional, así que comencé a caminar sobre la arena mojada tratando de recordar algo, lo que sea. Seguí haciéndolo hasta que de repente todo en mi mente se aclaró y recordé los montones de problemas en los que estaba enredado. Antes de darme cuenta, me hallaba otra vez sentado en aquella acera de hormigón gris, el dolor de cabeza había regresado. Todos los presentes en aquella escena se perturbaron al verme aparecer de la nada con los pies descalzos, mojados y llenos de arena. En ese momento supe que mi vida como hasta entonces la conocía había terminado, e impulsado por esa nueva revelación me levante de un brinco y corrí, no se cuanto, solo se que lo hice hasta que todos los músculos de mi cuerpo se colapsaron.
Con el paso del tiempo me fui olvidando de todo, de mi empleo, de mi departamento y de mi auto, cualquier cosa perteneciente a este mundo se me antojaba carente de valor.
Dejé de dormir y comer, me dedique solamente a buscar ese botoncito secreto en mi brazo, un día fue tanta la desesperación que tomé una navaja y con ella escarbé mi muñeca con tal de encontrar el dispositivo que me llevaría a ese lugar tan extraño, de pronto, entre la sangre que fluía con fuerza miré lleno de euforia y satisfacción como se prendía aquel foquito rojo.
Y de nuevo aparecí en aquella playa, pero en esa ocasión solo apareció una mujer. -¿Dónde esta tu amiga? Le pregunté.
-Se canso de vivir huyendo, igual que todos.
Su respuesta me confundió aun más así que le cuestioné de nuevo:
-¿Quiénes todos? ¿A que te refieres? ¿Qué es este lugar? Ella solo sonrió y me contestó:
-Puedes estar tranquilo.
Le pedí que me acompañe a caminar. Solo respondía con una sonrisa a mis constantes cuestionamientos, pero esa sonrisa me conformaba más que cualquier respuesta. Le pregunté su nombre y por fin contestó:
-“Lucy”.
Caminamos hasta el atardecer, callados, solo sonriendo. Antes de que se fuera le pregunté de nuevo
-¿Dónde estamos?, ¿te volveré a ver?
Entonces todo se desvaneció.
Esa vez aparecí en una cama de hospital, los doctores me trataban como a un loco cuando les conté acerca de mi desaparición de la realidad y del dispositivo en mi brazo, era de imaginarse, ni siquiera yo lo creía.
De regreso a la realidad entendí que solo me quedaba una cosa por hacer, descubrir el origen y el objetivo de aquellos viajes tan raros. Tal vez buscando pistas encontraría la verdad. No tenía ni la más mínima idea de donde por donde debía empezar. Pero cuando menos me lo esperaba encontré lo que bien podría ser una pista; una foto dentro de un cajón que estaba en la bodega donde guardaba las cosas de mis padres. En esa foto aparecía yo, como de un año de edad, acostado en una cuna, y con el brazo izquierdo vendado.
Era probable que mis padres conocieran la relación entre el foquito rojo, mis escapes y el vendaje en mi brazo, pero cómo preguntarles si ambos estaban muertos.
Luego encontré entre las ropas de mi mamá, una carpeta que decía “seguros Ibero América, puedes estar tranquilo.”
Investigué sobre la empresa, en ella había trabajado mi mamá durante muchos años pero hacía menos de un lustro que la compañía había desaparecido y el edificio en el que estaba instalada había sido abandonado. Una noche decidí entrar al edificio para buscar las tan anheladas respuestas. Estando en el sótano del edificio encontré una decena de gavetas en las que se almacenaba el archivo muerto, todas ellas estaban repletas de papeles. Me dediqué a buscar leyendo los recuadros que tenían los archiveros; unos decían, seguros de vida, otros; seguros por pérdida de bienes y otros mas eran seguros de salud, en ellos había miles de carpetas con nombres. Encontré solo un cajón que me llamó la atención por lo inusual de su contenido, su ficha de identificación decía: “seguro de escape.” Al abrirlo me percaté que en el solo había unas cuantas carpetas, una de ellas tenía mi nombre y otra de ellas decía simplemente “Lucy.”
Leí su contenido varias veces y no podía creerlo…
El 22 de septiembre del 2005, me colocaron el dispositivo de emergencia en mi muñeca izquierda, ese día mis padres me dieron el mejor regalo que le pudieran dar a alguien y lo pagaron durante toda su vida. Se trataba de un portal o algo parecido, un experimento que de ser utilizado correctamente hubiera cambiado al mundo, era una válvula de escape de la realidad, aquel podía ser activado manualmente; presionando un punto en la articulación de mi mano izquierda, acción que según el instructivo adjunto, mi cerebro provocaría como un acto reflejo en una situación de estrés extremo, su uso era ilimitado.
Tenía en mis manos una llave que me llevaría al cielo las veces que yo desee.
Y ahora estoy aquí en la misma hamaca, frente a un mar fosforescente, bajo la sombra de las palmeras. Siento aquel olor a coco, la brisa soplando fuerte, todo es como aquella vez, solo que ahora mí brazo sostiene la cabeza de Lucy que aun duerme tranquilamente…
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