Al cumplir los 45 años, Lataban se dio cuenta que todas las mañanas al levantarse tenía una sonrisa involuntaria que se iba desvaneciendo a lo largo del día, después se fue dando cuenta de que esa sonrisa se la provocaban los sueños extrañamente especiales que tenía todas las noches, durante semanas se guardó las sensaciones que le provocaban, hasta que no soportó más y tuvo que buscar alguien a quien contarle sus maravillosos sueños.
Melinda, su vecina, era una mujer sola y un tanto amargada, trabajaba como profesora en una escuela primaria y gastaba su tiempo libre como escritora amateur. Ella se había ganado la amistad de Moisés, ya que era la única persona que estaba siempre dispuesta a escuchar sus sueños locos, puesto que de ahí se inspiraba para escribir, mejor dicho, transcribía lo que Lataban le contaba.
De esta manera se dio a conocer como escritora, con el libro “Sueños reales” que no era otra cosa que 15 Historias fantásticas de 10 párrafos cada una, contadas por Moisés y por las cuales Melinda alcanzó un gran reconocimiento y cobraba excelentes regalías.
Moisés vivía de su pensión, en su juventud fue parte del sindicato de carpinteros, pero a los 55 años empezó a perder la vista y no tuvo más remedio que jubilarse. Nunca aprendió a leer ni a escribir, por tal motivo permaneció mucho tiempo sin enterarse de que sus sueños estaban en el número uno de ventas.
Durante 15 años, cada noche, se escucharon carcajadas sonoras, gemidos extraños e intensas lamentaciones, provenientes de la casa de Moisés que en ocasiones no dejaban dormir a los vecinos.
Se le había hecho costumbre, todas las mañanas a Melinda llevarle el desayuno a Lataban y después de comer, deleitarse con las historias, mismas que solo faltaban cuando el desayuno llegaba tarde y las sensaciones y recuerdos se habían esfumado. La costumbre se rompió cuando apareció bajo la puerta del carpintero, un sobre que decía “Te lo debo a ti. Atte. Melinda” en el habían ciento ochenta mil pesos y una carta. A ella nunca se le volvió a ver.
Moisés no sabía leer, así que le llevó la misiva a su hijo.
En la carta, Melinda confesaba todo y a detalle, también mencionaba que los derechos del libro, ahora estaban a nombre de Hernández Lataban Moisés.
El incidente se hizo público, por lo que los medios de comunicación entrevistaron varias veces al viejo. Dicho caso fue tan popular que incluso se creó un espacio en la radio para que el carpintero pudiese compartir sus sueños con el público. Fue tal el éxito de la pequeña capsula con las narraciones oníricas de Moisés, que pronto fue necesario darle un espacio en la televisión abierta, todos los días a las nueve de la mañana; el programa se llamó “Sueños Reales”.
Pero debido a la vejez y a la enfermedad, la memoria a corto plazo de Moisés había desaparecido, tal situación triplicó el raiting del show, ya que las transmisiones tenían que hacerse en vivo; se le pedía al señor Latabán que contara sus sueños justo después de despertarse, puesto que permanecían muy poco tiempo en su memoria, por lo que fue necesario trasladarlo a un hotel con todas las comodidades, en el que la televisora pudo instalar sus cámaras y micrófonos para no dejar escapar ni un segundo de aquellas grandiosas narraciones. Tanto los directivos de la televisora como el público estaban consientes de que se hallaban ante un milagro, un frágil milagro al que no debía dejársele de prestar atención.
Con el paso de las semanas, la salud del viejo cuentero fue empeorando hasta llegar al grado de no poder terminar las historias, ya casi no podía recordar los finales, pero el público se conformaba.
Todos sabían que eran pocos los días que le quedaban al viejo y cada día que pasaba era valioso.
Aquella noche probablemente sería la última noche. El humilde carpintero, recientemente convertido en una celebridad nacional, llevaba varios días con un agudo proceso infeccioso generalizado que había iniciado en las vías respiratorias.
La sala estaba llena de escritores, la prensa, celebridades, autoridades y fanáticos. Unos dormían y otros sostenían una taza de café, pero todos esperaban el despertar, seguramente el último despertar de Moisés Latabán. Esa madrugada había más gente que nunca, venían de distintas ciudades, sólo para escucharlo.
De repente, se escuchó en la habitación de Moisés, una carcajada seguida por gritos de euforia que no eran propios de un anciano a punto de morir. Todos en la sala se pusieron de pie y emocionados esperaban el mejor de los sueños, de pronto hubo silencio, minutos después, el viejo empezó a llorar al parecer de alegría porque en su cara solo había una sonrisa de satisfacción y felicidad.
Cuando por fin despertó, se quedó
acostado, sonrió y permaneció en silencio, mientras dejaba morir poco a poco hasta el último de sus recuerdos. No le avisó a nadie, con toda la intensión de guardarse para él, el mejor de los sueños y de matar de ese modo, los mejores recuerdos de su vida…
No quiso compartir la mejor historia jamás contada.
Aquella mañana las cámaras se encendieron solo para dar a conocer la muerte de Moisés.
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