El Color del Alma
Es por todos sabido, al menos así lo creo, que los colores no son sólo el reflejo de la luz blanca al contacto con los cuerpos, un fragmento de espectro percibido por nuestras retinas. El color es sentimiento, es sensibilidad.
Es habitual en la masa neo-hippie, en los estudiosos de técnicas de modulación del chacra, los caminantes de la senda espiritual y los practicantes del Feng, entre otros , asociar los colores a estados de ánimo, e incluso conferirles una cualidad influyente en las emociones del que los percibe. Es curioso, no obstante, como cada pseudogurú, cada firmante de títulos que se dicen “de autoayuda”, adjunta un distinto significado a cada uno de ellos.
Ésta es una verdad consabida y probada, hasta el punto en que las multinacionales basan, en ocasiones, gran parte de sus campañas de marketing y publicidad en el poder del color.
Yo percibo algo parecido. Cuando conozco nuevas gentes, las asocio al rojo o al verde, al amarillo, al violeta… No sé, he fracasado en los intentos de justificar cuándo alguien me parece una persona total y únicamente naranja o, por el contrario, indiscutiblemente marrón. Nada tiene que ver con las prendas de vestir que utilicen normalmente, ni siquiera con el tono de cabello o de piel. Valga como ejemplo un amigo mío, de los que se dicen amantes del “doom” (música oscura, siniestra y depresiva donde las haya; que se acompaña con vestuario acorde) que me parece realmente verde.
Tampoco identifico colores buenos o malos. El gris, lejos de transmitirme tristeza o insipidez, desprende, a mi modo de captarlo, la madurez y constancia que acompañan a la persona. Aquí si hallo conexión posible entre el gris cano del maduro al que analizo, y la supuesta sensatez que aporta el paso del tiempo. Sin embargo, no todos los canosos (ni aun los que se tintan por aquello de parecer interesantes) se me antojan de este color.
Y, aunque parezca contradecirme, no existe tampoco similitud necesaria entre la forma de ser de dos “rojos” (dejando a un lado la política). Mi amiga Elvira es roja de los pies a la cabeza, distando muy mucho de Silvia, roja a mi entender. ¿Pueden ser distintos tonos de rojo? ¿Rojos con matices?
Casi todos los morados que conozco pecan de una ingenuidad que, reconozco, envidio. Su existencia se presenta despreocupada, con un optimismo que raya la inocencia. Mas los hay concienciados y luchadores, así como apáticos. ¡Qué morado me gustaría ser a veces!
Mi hermano es amarillo, siempre lo ha sido. Desde que mis padres escogieron para él un biberón con la boquilla así pintada, no ha cambiado de color, no en vano es su color favorito. Y no es una persona llamativa, reaccionaria ni hiperactiva en absoluto; más bien de corte parsimonioso, si bien no se deja arrastrar por los demás. Es eso: dentro de su estilo de vida, siendo extremadamente tranquilo, brilla una felicidad que no puede ser sino amarilla.
Yo no sé qué color desprendo, no importa lo que medite sobre ello, lo que explore en mi alma, incluso mirándome al espejo soy incapaz de atribuirme un color. Al practicar la introspección, al meditar, incluso al hacer ejercicios de memoria, cuando saco del “archivo” cualquier artículo de derecho, me hundo en un negro mental (que no metal) indescriptible; es quizás la sensación de entrar en un sitio “cerrado”. Pero como muchos dicen que el negro es la ausencia de color, seguiré buscando el mío.
Y tú, tú me pareciste una persona azulada cuando te conocí. Por tu candidez, tu melancolía…pero, ¡ay, cómo pasa el tiempo! Ahora reconozco en ti el saber estar del verde, el optimismo del morado, la complacencia y capacidad de regeneración del amarillo, la fuerza del rojo, la templanza del gris, la azulada bondad que no has perdido, tu sentido del humor anaranjado; te miro, remiro, lo pienso y repienso y sólo llego a una conclusión: tu alma debe ser blanca. Si, físicamente, los colores provienen de la descomposición del espectro primitivo, que no es otro que el blanco, fundiendo todos ellos, no puede resultar otra cosa.
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