Yo veo la esquina más miserable del mundo.
Con deformaciones y vagos mendigando,
pronunciando sus asquerosas gracias, deprimentes.
Y se arrastran en sillas de ruedas los terribles,
y medio caminando miran impávidos los autos,
añorando salvaciones que no llegarán nunca jamás
a sus vidas miserables y olvidadas.
Deambulan en vida muertos y ocultos en tinieblas,
ancianos medio vivos y leprosos,
sobrevivientes del recuerdo de sus años mozos;
y jóvenes deformados de dolores, mugrientos de ignorancia.
Vi, también, perros de los colores más variados. Fluorescentes de hambre y cubiertos de
sarna para siempre, dormitan bajo el puente con los más abandonados de los hombres.
Observé también las colectas más desamparadas de la tierra, que suplican entre androides las limosnas congeladas por el hielo endurecido de los corazones.
Yo ví, además, insulsos vigilantes apostados,
custodiando celosamente la miseria de las calles,
atentos a la contaminación y con perros resguardando, el orden triste de los que caminan en medio de la elemental putrefacción de la miseria.
Y vi un enorme puente desgastado,
bajo el que cruza el llanto y los residuos de todos los miserables de la tierra. Otros habitan el núcleo mismo de las manchas del alma y del cuerpo,
arropándose con animales muertos y con rabia acumulada, por los siglos y siglos de la misma decadencia.
El Coronel |