El polvo cubría cada uno de los muebles del comedor, un polvo espeso, gris... Un polvo que se esparcía y quedaba flotando en el ambiente bastante más tiempo del que la propia salud podía tolerar. El olor era nauseabundo... fétido... desagradable...
Tapaba su nariz, agitaba incesantemente sus manos de un lado a otro como si así pudiera disiparlo. Así de fácil, agitando sus manos...
(¡qué omnipotencia!)
El aire, era pesado, irrespirable, denso... La atmósfera estaba viciada... Era como si ejerciera una fuerte presión sobre su cabeza hasta obligarlo a arrodillarse, lacerando sus rodillas (¿Cómo un rezo, cómo una súplica?) hasta obligarlo a caer. Fue un instante de alineación. Pudo verse, arrastrándose en el suelo, tratando de evadir tan desconsolado entorno.
Revolcándose sobre la montaña de basura que había logrado arrastrar hasta el rincón, justo en el punto donde se abría el vértice entre aquellas dos macizas paredes, pero jamás había llegado a juntar.
Entonces rodó sobre sí mismo y de cara al techo vislumbró una salida, que no estaba literalmente arriba. Era un arriba más mitológico ... realismo mágico ... cultura popular, dominación y clases estamentadas.
Las tablas cayeron, quiso atajarlas pero estaba demasiado exhausto y aquejadumbrado. Entonces cayeron a su lado y se quebraron. Escombros ... mil pedazos ... las mil y una caras de la verdad.
Ahora que la verdad era un rompecabezas podía acomodarse, rearmarse e interpretarse.
Aún continúaba tirado en el piso, al caer las tablas volteó el rostro y las vio quebrarse...
Ahora llora por la verdad que lo haría libre. Esa verdad que por estrepitosa dejó caer. Momento místico, cumbre, único, irrecuperable.
Trató de incorporarse y caminando en cuatro patas (aunque aún sangraban sus rodillas laceradas que no cicatrizaban) llegó hasta la pared del frente en donde se erigía la ventana. Estiró su brazo izquierdo (con el derecho costaría menos, sería menos lastimoso, provocaría ira en lugar de compasión) y logró afirmarse sosteniéndose del marco de la ventana.
Se puso de pie, olvidándose de las rodillas que hasta hace poco le temblaban y asumiendo que alguna razón por inexplicable que fuera existía se asomó a la ventana y elevó la vista al cielo, a un cielo más profundo y lejano que el que vemos.
Frunció el ceño y acompañando de bruscos ademánes preguntó a su dios - ¿Por qué?
Libre de culpa y cargo se dejó caer.
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