Esperé que pasaran los días sin renegar en ningún momento de mi suerte, tanto así que la paciencia dejó de tener algún significado para mí, solo porque la paciencia tiene un fin, mientras que mi espera era infinita. Sentía cada segundo que pasaba con infinitesimal detalle; pude ver hasta la última molécula del último segundo. El tiempo era para mí un lugar, era mi hogar. Vivía en él y de él. Y mientras esperaba que ese tiempo pasara, empezaba a tener miedo; nunca había tenido nada en el mundo pero ahora lo tenía a él, al tiempo. Lo veía irse y así cada segundo que pasaba dejaba un hueco en mi alma. Infinitos minutos dejaron infinitos huecos infinitesimalmente pequeños en mi infinita alma. Todo fue un proceso un poco más largo que algo eterno, pero eventualmente el tiempo pasa, siempre lo hace. Cuando el tiempo dejó de pasar ya no había alma que agujerear, casi como si el tiempo supiera exactamente hasta cuando tenía que pasar para acabar con el último pedazo de mi alma. O tal vez fue mi alma que al ver que el tiempo dejaba de pasar no quiso ser más. Ahora no hay alma, no hay tiempo, no hay razones, pero sigo aquí. ¿Hay alguna razón desconocida para que yo aun esté aquí? ¿Qué impide que me vaya?
Podría ser ella, pero descarté el poder enamorarme al haber perdido mi alma.