Y putas que eras culeada, no se si alguna vez te lo dije. Francamente creo que lo sospechabas eso si. Supongo que en el fondo hasta lo reconocías y te causaba alguna especie de dolor placentero que te obligaba a eso de ir por la Tierra aplicando fuego a rajadiablos como yo. Una buena revolcada de las que tuvimos recuerdo terminó con evocaciones al bien y al mal y dentro de eso a nuestros amores anteriores. Alcancé a contar treinta y cuatro tuyos y dos míos. De los tuyos al menos dos eran mujeres, uno una suerte de dios hindú que te penetraba por varios lados, cuatro estrellas fugaces que no llegaron al suelo y dos perros ladinos que te hubiese encantado fuesen lobos como tú. De los míos nada que decir, dos mujeres hermosas de cuerpo y alma, mucha cosa para este huevón. Nos reímos y juraría que sonreíste por una vez con ternura, creo que te abracé, pero fue un abraso entre caliente y somnoliento. Todavía me pregunto si es que de haberte abrasado en serio esa noche, en vez de seguir haciéndonos yesca, me hubieses tomado algún cariño. Siempre me convenzo que no, que simplemente eras puta. Pero nadie puede serlo tanto. ¿O no?

Me sonrojo