Todo comenzó cuando el perro de mi vecino murió, después fue como un virus que se propagaba por el barrio, uno a uno fueron desapareciendo, los mismos síntomas en todos los casos. Algunos decían que era pura casualidad. En todo caso el aire estaba enrarecido, como si las tardes fuesen más rojas de lo normal.
Recuerdo haber leído en un diario amarillista que al menos cinco canes, se habían lanzado desde un puente en una localidad escocesa. En otras latitudes, más cercanas, la guerrilla había operado 7 perros, para colocarles bombas por dentro; y luego los entrenaron para que vayan a una estación de policía, una vez dentro, los hicieron volar; al parecer los canes sabían que iban a morir. Lo cierto, es que en mi barrio los síntomas eran siempre los mismos, inapetencia, desgano y anhedonia, insomnio, y disminución de la energía.
Luego de presentarse todo el cuadro sintomático, caminaban en cuatro patas a la autopista, y plag! los atropellaban.
Cuando mi perro empezó a mostrar los mismos síntomas de todos los casos, yo llevaba ya casi seis meses sin trabajo; y eso hace que uno encuentre curiosos oficios durante el día, o adquiera extrañas costumbres, y fue así como me avoqué a encontrarle sentido a todas estas muertes caninas. Lo observaba desde puntos estratégicos, todo el día (incluso por la noche me escapaba de la cama para observar su comportamiento nocturno), luego empecé a tomar apuntes de mis observaciones. Mis cuadernos eran desordenados, pero llevaban el fiel reflejo del comportamiento del can, como por ejemplo:
Día 2, el can sigue sin probar bocado alguno, he intentado con golosinas, que sé, le gustaban, las cuales no le provocan en lo más mínimo. Antes de que empezará a mostrar los mismos síntomas de todos los casos, me las hubiese arrancado de la mano con todo y dedos.
Día 3, el can ha permanecido más de cinco horas, acostado, inmóvil, mirando una fila de hormigas interminable.
Recuerdo claramente la tarde en que fui su cómplice y testigo, sentía una excitación anormal, un sentimiento bajo e innoble de falsa incertidumbre y ansiedad. Al atardecer, el can empezó a caminar lento, como si pensara cada pasó, lo seguí a una distancia prudente sin perderlo de vista. Al llegar a la autopista sentí varias punzadas en el pecho, sabía el final amargo que retendrían mis pupilas; sin embargo, el can se sentó al borde de la autopista (por un momento pensé que regresaríamos a casa juntos); pero apenas oscureció, y las luces de los vehículos empezaban a encandilar su mirada, cerró los ojos, tomo impulso, y de un sólo empujón de sus patas traseras estuvo en la mitad de la autopista, luego abrió sus ojos, miró como la muerte encogía sus pupilas. Y hasta ahí llego su vida de perro.
Regresé a casa muy agitado, me temblaban las manos, y sudaba mucho. Mi esposa tenía lista la cena; ella era cajera en un supermercado, y yo llevaba seis meses sin trabajo; ella se veía radiante, y yo me veía avejentado. La acompañé mientras cenaba, levanté los platos, luego nos acostamos, e hice la única labor que tenía asignada durante ya seis meses de mi miserable vida. Luego encendí un cigarro, sentí el frío de la noche filtrarse por la ventana y oí el ruido de la tele encendida. Miraba al techo; pero en realidad daba lo mismo ver la cortina ó la pared ó la silueta que dormía a mi lado ó el hormigueo de la tele sin señal. Empecé a divagar, pensé en los perros, en los perros muertos, pensé que el virus de los perros podía haber mutado, y que yo podría ser el primer ser humano infectado. Recordé los síntomas, los mismos síntomas en todos los casos. Recordé la luz de los faros. Apagué la tele. Miré hacia la ventana. Me imaginé a mí mismo, al borde de la autopista, esperando, esperando el impulso, ese impulso que solo tienen los perros… Di la última calada al cigarro. Solo los putos perros suicidas.
|