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Mi cabeza adolorida, no podía pensar... ¿en qué infierno había caído? de pronto no podía parar de lagrimear, como los niños, cuando pierden algo de valor. No, esto no era así. Los ojos rojos, expuestos a animales que se paseaban, disfrazados de civilización.
Después del momento en que me dejaste, no tenía que entender las razones para dejar de sentir tristeza, tenía que volver a quererme y no pensar en los detalles.
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Texto agregado el 11-11-2007, y leído por 190
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