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Querida Silvina: marzo de 2004.-

Muchos años pasaron desde que le escribiera la última carta, o que recibiera la última suya. En el ínterin, usted llegó al final de su vida, y se transformó, junto con Adolfito, en un mito, no sé si porteño o argentino. Yo circulé por donde pude, o quise, o volví a poder, o volví a querer. Y aquí estoy, reflotando, rememorando, o simplemente dejando correr el agua...¿Por qué ahora usted reaparece, y ocupa una parte sustancial de una escena que la mantuvo ignorada por décadas?
“La amistad es ardua como una parición”, me contaba en una de sus cartas. Quizá allí se dibuja la sombra de una respuesta.
Luego de mi visita a Mar del Plata, me envió el “hilo de Ariadna” par salvarme del laberinto. Decía que se había roto en varias partes, de tanto tirar para salvarme...¡Y eso lo señalaba en el verano del 67...! Entonces también me sugería que podría presentar un libro de cuentos al Fondo Nacional de las Artes. “Yo te votaría”, afirmaba incondicionalmente, quizá algo atrapada por un ataque de anticuerpos de la esquizofrenia, como menciona más adelante, y que la impulsaban “a distribuir las hojas de los árboles por los caminos”. “Como no encuentro jardinero, me ocupo del jardín. Nada es más bonito que las hojas muertas (que ellos detestan), de modo que en vez de hacer fogatas con ellas, las distribuyo... Para el vulgo, podría ser éste un síntoma del anticuerpo, que se manifiesta en el cuidado de un jardín.
Y luego me da la razón de que “Keif” (*) no interesaba. “Uno tarda en darse cuenta que no vale un centavo lo que nos desvela un tiempo”.
En abril de ese mismo año se quejaba de que en mis cuentos, que le había enviado desde Buenos Aires “hay mucho que corregir”. “Me volvés loca. Tenés razón, trataré en esta semana de hacer algo. Hasta ahora me he ocupado de lo mío, y me da bastante trabajo. ¡Escribir es atroz!” afirmaba finalmente. Luego pasaba a

(*) Keif era una obra de teatro que elaboraba en esa época.

su otra pasión: “El mar está divino. La playa tan solitaria que me da hasta miedo. Adoro el agua helada en que me baño y la luz azul que baja del cielo sobre el agua transparente...Me quedaría aquí todo el invierno viviendo en una casilla, viendo las transformaciones del mar de acuerdo a las horas del día y de la noche”. Luego pasaba al tono admonitorio: “Me alegra saber que escribís con entusiasmo. Te aconsejo de estudiar un poco tu gramática. Yo siempre la estudio y la olvido. Uno llega a escribir mejor conociendo ciertas reglas, aunque se olviden pronto por la fuerza de la costumbre”. Luego le surgía su adorable tono maternal: “Creo que llegarás a escribir muy bien. Tus ideas son lindísimas” Y solicitaba: “¿Recuerdas que se te ocurrió un cuento que me regalaste? Me dijiste que lo escribiera. No recuerdo como era. ¡Por favor, contámelo pronto!” Y luego invitaba de una manera inexcusable: “¿Vendrías si yo me quedara? Contestame. No sé si podré pero haría lo posible, o más bien lo imposible”.
Pero ese invierno del 67 tenía otras cuestiones entre manos.
Continuaba recomendando: “Seguí escribiendo. ¡No usés la palabra “plena”! (no volví a utilizarla jamás; ella recomendaba “colmada”).
“¿No tenés el Diccionario de la Real Academia Española? Para escribir es indispensable. Consultalo siempre”. (cuatro años me llevaría conseguir un ejemplar del año 24).
Preguntaba también sobre mis posibles inicios en el teatro: “¿Cómo te fue con el teatro? ¡Contame! ¿qué tal resultó el director?” (éste me había sugerido realizar un curso en su taller, al tiempo que insinuaba que sus sábanas eran rosadas. De más está decir que no comprobé este aserto).
“No abandones la Medicina”, pedía finalmente Silvina al ver trastabillar mi vocación en medio de la carrera.
Pero abril no terminaría sin otras misivas desde Mar del Plata.
Escribía de noche, en la cama, en el reverso de una nota de la señora Catalina W de Wulff, donde se le abonaban las regalías por un cuento suyo incluido en una antología.
Invitaba: “¿Por qué no venís ya? El mar está lindísimo, y hasta el centro de Mar del Plata, que en verano me espanta, ahora me gusta”. Y me enviaba con una amiga dos cuentos corregidos. Preguntaba y afirmaba al pie de la página “Decíme si te gustan las correcciones. Vas a ser un gran escritor. Si persistis.” Y como siempre, me enviaba un abrazo.
¡Me preguntaba si me gustaban sus correcciones...! Así era ella. Esa frase suya la pinta de cuerpo entero.
Mis cuentos iban de Buenos Aires a Mar del Plata y volvían, dando motivos para continuar dialogando (¡qué no hubiéramos hecho de haber existido en esa época estos medios modernos electrónicos!) Me enviaría las ampliaciones de las fotos que me había tomado en su casa en el mes de enero. Y hablaba de su pasión: “Sigo bañándome en el mar que se está congelando. Me quedaría sola aquí, si no tuviera miedo de volverme fantasma, y si Adolfito me dejara quedar sola y volverme fantasma, pero se opone a ello. Nadie que valga la pena quiere compartir, más bien vivir en esta soledad. El odio a la ciudad es común, la huida de la ciudad es rara. ¿Qué les gusta? Alguna persona que vive allí, como vos, probablemente” (coqueteaba Silvina, y por primera vez me doy cuenta de la frase, oculta parcialmente con cruces de líneas sobrepuestas). “Cuando me vaya de aquí, no sé si volveré durante el invierno como me proponés”. Y seguía escribiendo en los bordes crípticas frases: “Es un sueño descabellado, pero que me desvela. Nada me gusta tanto como vivir de un modo salvaje. Nunca uno puede hacer lo que uno más quiere. Y cuando uno pueda, quien sabe si uno lo quiere aún con tanto ímpetu. Te llamaré cuando vuelva”, anunciaba. Y sugería: “ Creo que tengo ganas de verte. Pero más ganas tengo de quedarme. Son las dos de la mañana y hace un frío atroz. Afuera diluvia. Es precioso ver la bruma con lluvia. Buenas noches”. Ese invierno pasaría sin Mar del Plata. Y la magia llegaría a su fin.
En marzo preguntaría:” Si alguna foto te parece digna de figurar entre tus actuales o futuras caras comunicámelo: te mandaría una ampliación que te llegaría el año pasado. A mí me gustan las dos con cigarrillo” (una de ellas ilustra la contratapa del libro Tú you toi que publiqué en 1999).
En febrero del año siguiente me escribía: “con debido asombro recibí tu carta en que me hablas de tus cuentos y lo mucho que trabajaste en ellos. Me alegré muchísimo y creo que llegarás a componer un libro originalísimo. Tengo muchas ganas de ver tus cuentos. Y me muero de curiosidad por los últimos, que no conozco.” Y regresaba a su pasión: “Adoro el mar como siempre. Me resucita, me vivifica, me colma.” Y volvía: “Cuando te vea te contaré muchas cosas que he leído. Dame mientras tanto una idea para un cuento“, solicitaba nuevamente. Y discurría con entera libertad:”Me siento tan animal que no se me ocurre nada que no sea admiración por la naturaleza. Una planta piensa más y mejor que yo, o un delfín, o un caracol”.
Y en marzo, cuando mi situación personal, que no viene a qué comentar aquí, hacía agua por varios frentes, respondía a una solicitud mía: “Querido Alberto: Me juego íntegramente por mis amigos, pero, ¿qué puedo hacer por vos? Tendrías que ser más explícito. Si te buscara un trabajo ¿acaso me has dicho qué trabajo querés o sabés hacer? Hasta que no me lo digas no puedo ocuparme de buscar ninguno”.
Sabias y sinceras palabras, que, aunque las entendería varias décadas más tarde, no han perdido nada de su valor original. Luego me contaba de la parábola de Polícrates cuando su amigo, Amasis, rey de Egipto, al ver sus éxitos ininterrumpidos, le recomendaba intercalarlos con algún fracaso, como una protección contra el éxito total. Terminaba Silvina: “Alberto, no me inquieto por tu suerte, pues ningún pescador te devolverá el anillo que arrojaste al mar”, y yo le agradecía la falta de inquietud, que compartía sobradamente. Pero, por otro lado, la amiga incondicional resurgía luego de la parábola: “Te escribo a la disparada, por eso mi letra (sí, difícil...), se agranda y se achica, parece horrible. Querría que te alegrara un poquito mi carta. Podés venir cuando quieras, te lo dije cuando te fuiste. Avisame el día que pensás llegar. Espero tus cuentos. “The rest is Silence”.
En febrero del 71 reanudaría brevemente el diálogo, a raíz del fallecimiento en un accidente de una tía mía. Sugería Silvina entonces que enviara una selección de mis cuentos al concurso del diario La Nación. Recomendaba una selección cuidadosa. E imaginaba que podría alzarme con el premio. “Para mí sería una gran satisfacción, pues siempre creí en tu talento”. Me preguntaba también si me había recibido de médico. “¿Puedo llamarte doctor? Podés envenenar a alguien con tus recetas o salvarlo. Te creo capaz de lo peor y de lo mejor. Espero lo mejor de vos: lo más original que es lo mejor. Un abrazo grande. Silvina”
A la semana y a vuelta de correo de una mía, escribía: “Querido Alberto: tengo miedo al mes de febrero, mes con eclipses, como al mes de agosto sin eclipses. Sin embargo, me trajo tu carta. La amistad es ardua como una parición. Si queda reducida a nada no sirve de ejemplo. No existe la amistad-pienso- por agradables que sean los nuevos encuentros”. Y hablaba de un nuevo amigo, que vivía en Francia:
“Es más importante la confianza que me da en mí misma que la que tengo en él. Nunca estamos en desacuerdo en nuestros gustos literarios. Hace cinco años que vive en París. Está traduciendo algunos poemas míos al francés. Tengo ganas de mandarle “El Espantapájaros” porque me gustó mucho. ¿Tenés copia? Si me mandaras una en papel de avión me vendría bien para quedarme la otra. (se la envié puntualmente). Me alegró saber que sos médico ya. Siempre pensé que te convendría tener esa profesión y que algún día te servirá de satisfacción”.
Luego hablaba de su ciudad: “Mar del Plata está muy agreste. No me encuentro bien en las playas porque hay que hablar con estúpidos aunque uno lleve un libro o un cuaderno para escribir...Hace frío y hay viento. Mi país me da miedo. Extraño Europa como extrañaba América en Europa. Extraño mis amigos de Europa como extrañaba en Europa mis amigos de América. Tal vez más porque me quieren más. Un abrazo. S.”
Y la última carta, en abril del 71, cuando ya me zambullía de lleno en mi profesión, en una vida privada nueva, y me alejaría casi por dos décadas de la literatura: “Mar del Plata, 20 de abril: Querido Alberto: Recibí hoy tu carta. Pronto volveré a Buenos Aires y veremos tus cuentos. Me encantaría que saques el premio, pero hay que seleccionar con mucho cuidado. No lo olvides (jamás aprendí a hacerlo; esa vez no fue la excepción).
Espero que tengas mucha suerte en todo: en tu vida íntima y en tu trabajo. Te abrazo con cariño. Silvina”.

Qué más puedo decir. El tesoro de su recuerdo lo guardo en la memoria, en los cuentos que me ayudó a escribir, en sus libros que me dejó autografiados, en sus cartas que me traen una y otra vez su viva presencia, su voz inconfundible, su especial manera de mirar y de acercarse...
Qué más puedo decir...'Hola, querida Silvina!, pase y quédese...quédese aunque más no sea un ratito, por ese invierno que le debo...que debió ser...que aún está esperando....

Texto agregado el 28-03-2004, y leído por 656 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
01-12-2004 Lo leí hace un momento, no acá, en el libro, y vine corriendo desde casa a dejarte el comentario porque no quería que se traspapelara el pensamiento como lo hizo aquél invierno. No te voy a decir que escribís bien, no te hace falta, te voy a decir que es maravilloso, que me llenó de melancolía (raro, no?) que tiene palpitante la realidad de que algunas cosas quedan inconclusas. Acaso sea la escritura el único medio de cerrar con sonrisa ciertas puertas, o tener la conciencia de dejarlas abiertas. "The rest is silence" Un beso enorme, querido amigo. MCavalieri
07-04-2004 No sé que comentar, esto es muy intimo, algo sagrado, creo, nos ha regalado un pedacito de su corazón...un secreto de su vida...pero ¿Que es un secreto intimo? ¿Será ahí donde recide lo más individual, lo más original, lo más misterioso de ser humano? Es secreto lo más corriente, lo más trivial, lo más repetitivo y común a todos, si ocultamos púdicamente nuestras intimidades no es porque sean tan personales sino por el contrario porque son lamentablemente impersonales...ufff por el contrario su cuento habla de lo más sagrado de la memoria, de una palabras indelebles que transitan por los años...rayos... es para gradecer. Le dejo mis respeto y mi cariño kitty
31-03-2004 Se me ha detenido el pulso. Esto vale todas las estrellas "Qué más puedo decir. El tesoro de su recuerdo que guardo en la memoria, en los cuentos que me ayudó a escribir, en sus libros que me dejó autografiados, en sus cartas que me traen una y otra vez su viva presencia, su voz inconfundible, su especial manera de mirar y de acercarse..." Mil abrazos. Gabrielly
29-03-2004 Se me ha acelerado el corazón leyendo retazos de dos vidas entrecruzadas por el hilo de la amistad generosa y el regalo de las letras. "Hace frío y hay viento (...)mi país me da miedo". Eso me ha hecho recordar otra frase "Oscura es el agua en los sueños, fría y dura. Mañana tendré miedo de presagios" . Hace media vida Bioy Casares me guió hasta Silvina Ocampo. Hoy Usted me ha llevado por ese camino adolescente hasta las puertas de su casa en el fondo del bosque, para regalarme una taza de chocolate hecho con la substancia más dulce de su propio corazón. Gracias por tanta generosidad. Nina Flor_marina
29-03-2004 Esto es mucho más que un delicioso trabajo literario. es la oportunidad de acceder al sentir de una grande no sólo de las letras, sino de la vida.La señora Silvina Ocampo en su exquisito sentir puesto en cursiva manuscrita. Seguramente de haber sucedido hoy, habrían ustedes disfrutado de larguisimas tenidas por msn, o el ida y vuelta de e-mail hubiese arrojado no 12 sino 12.000 lineas cruzadas. Hay que ser muy generoso para compartir esto. El archivo privado de los Mitre, que reunía cartas en muchos casos infinitamente menos emotivas y personales que estas, fue guardado celosamente para ser abierto sólo a una elite. Ud nos ha servido en charola de plata esta oportunidad. Gracias por compartirlo hache
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