-De nuevo está fallando- pensó para si y se acercó al aparato para verificar la avería. Asió la manilla con cautela ya que esperaba encontrarse con todo el interior inundado. Un grito de espanto, se escapó de su garganta, arrastrando consigo todas las aprensiones y molestias Acuclillado y ocupando todo el cuadrado, se encontraba la figura de un hombre, tan real que podría decirse que era un ser humano, sólo que parecía estar construido de nieve. Al proferir el grito, la gélida cosa levantó su cabeza y María pudo reconocer el rostro del tipo del sueño. Ella intentó escapar pensando que eso era el fantasma del hombre de las nieves que había llegado a su casa para aterrorizarla, pero la figura se llevó el dedo índice a sus labios de escarcha, conminándola a guardar silencio. María, al borde del colapso, se quedó paralizada junto al refrigerador, pero después, su natural parlanchín se apoderó de su lengua para lanzar una andanada de preguntas: -¿Quién eres? ¿Cómo llegaste acá? ¿Eres un fantasma? ¿Qué deseas de mí? ¿Tienes frío? ¿Me vas a hacer daño?
La figura de escarcha sonrió y varias gotitas de agua rodaron por sus congeladas mejillas. Luego, con sus blancas manos le hizo señas para que se acercara. Temerosa, la mujer dio unos cuantos pasos y cuando estuvo a un metro de él, le pareció escuchar una melodiosa voz que le decía que no tuviese miedo, que confiase en él. Y tendiéndole una mano, la invitó a sentarse a su lado. Quien hubiese visto la escena desde alguna ventana, se habría imaginado que la mujer estaba loca, allí, sentada en el piso conversando con un trozo de hielo.
Lo maravilloso del asunto consistía en que la mujer había encontrado un ser con el cual comunicarse. Bastaba que María tocase la mano de ese muñeco articulado para que de inmediato se trasladaran a los más exuberantes parajes. A veces era una colorida selva en la cual, retozaban unos hipopótamos rosados, tigres de bengala color turquesa y elefantes amarillos, en otras, viajaban por hermosos valles morados, en los cuales las orquídeas celestes y los jazmines cristalinos contrastaban con el verde claro del cielo hacia el cual apuntaban gigantescos rododendros de color calipso. El amor había llegado a la existencia anodina de María, aún más sublime de lo que ella hubiese imaginado jamás. En esos paseos alucinantes, tomada de la mano curiosamente cálida de aquel ser invernal, escuchaba su voz varonil, recitándole arrobadores poemas y cuando encontraban a su paso algún remanso, se refugiaban en las sombras para hacer el amor.
Todo era demasiado bello como para compartirlo. María abandonó su rutinaria existencia y refugiada en su casa, se desentendía de las llamadas telefónicas, de los timbrazos en su puerta y su único objetivo era mantener el contacto, no se diría carnal porque no lo era, con ese ser tan especial...
(Esto ya se acaba)
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