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Vomitaba de pie frente al espejo como desafiándose a si misma a no hacerlo. Mientras lo hacía se insultaba y enjuagaba sus manos constantemente, pues temía ingerir hasta media caloría. Calorías que según ella permanecían en sus dedos mientras expulsaba otras tantas. Odiaba arrodillarse frente al escusado, le costaba más trabajo vomitar y terminaba agotadísima. El deshacerse de la comida era todo un ritual: se desnudaba por completa. Se soltaba el cabello, vaciaba el papelero del baño y lo ubicaba sobre el lavamanos frente al espejo. Hacía correr el agua e introducía sus dedos hasta al fondo de su garganta, sin poner atención al dolor o incluso la sangre; vomitaba hasta que cierta marca en el basurero estuviera cubierta, corría a su habitación y subía a la báscula: debía pesar por lo menos 100 gramos menos que en la mañana. Sólo de esa forma dejaría de hacerlo. Exhausta siempre quedaba abandonada en cualquier lugar o vagaba por la casa –desnuda-. A veces tomaba una naranja y se obligaba a comerla, para recuperar el potasio decía... pero el ácido le hacía llorar al atravesar su garganta. Cuando le era imposible tragarla, se preparaba un té con tres sacarinas y lo bebía mientras limpiaba el baño, el basurero y su cuerpo. |
Texto agregado el 10-11-2007, y leído por 125 visitantes. (1 voto)
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