Don Nicolás. Notario, hombre tranquilo y sosegado, acababa de morir después de sufrir un infarto de miocardio. A la vista de su saludable aspecto, nadie hubiese podido imaginar una desenlace así. Algunos de sus más cercanos pensaron que, el enfado que le produjo la factura de la empresa constructora, había sido la causa que le provocó el irreparable y trágico infarto.
Don Nicolás, rodeado de toda la familia en una celebración onomástica, decidió ensanchar la escalera que, desde el amplio vestíbulo de la casa, ascendía a un lado del salón , hasta la primera planta de su magnífico palacete. Había decidido trasladar el piano de su hija mayor para situarlo bajo el amplio arco de la escalera.
Y todo por que su hija mayor apreciada concertista, ensayaba durante ocho largas horas cada día. Don Nicolás pensó que, con el piano en la planta baja, las notas le llegarían amortiguadas con lo cual disfrutaría de mayor tranquilidad, durante su ineludible dedicación a su Notaría, su mundo profesional en el primer piso.
Su propia hija se opuso a esta decisión toda vez que, las visitas así como los miembros de la familia, se reunían habitualmente en el amplio salón, muy cerca de donde se encontraba su valioso, estimado y sonoro Pleyel. Ella creía que, sin quererlo, interferirían en sus estudios; pero no consiguió doblegar la férrea decisión impuesta por su amado padre.
Y todo por que, Gloria, la hija mayor, tan sensible como temperamental, interpretaba el Concierto de Varsovia con tal entusiasmo que, su reciente fallecido padre adjetivó siempre, como un intempestivo ardor musical. La repetición continuada de las obras clásicas, hasta dominarlas virtuosamente en sus menores silencios, le llegaban a producir a Don Nicolás, la dulce saturación de su alterado ánimo. Dulzura que al final, devenía congoja, pues sobrecogía su alma hasta hacerle flotar en un mundo irreal. En este limbo se sentía perdido e intemporal, hasta el extremo de sentirse angustiado. Don Nicolás hombre de escrituras, contratos, y asociaciones, al comparar su actividad con la de su hija Gloria, la suya, la intuía plebeya. Por esta razón, más de una vez, repetía “ el genio cansa. Doy fe “
La señora viuda reciente de D. Nicolás amaba la música clásica aunque, como su difunto esposo, no era capaz de soportar el genio de Wagner. Lo mismo que al otro extremo no soportaba a Azorín, a quien había decidido no seguir leyendo desde hacía años. Granados, Liszt, Chopin y Tschaikoswsky seguían siendo sus compositores favoritos. Los maestros italianos la transportaban a otro mundo; Verdi Giuseppe, Donizzetti. ¡ Oh, Mio Dío !. A los valses de Strauss les perdió la devoción a medida que su juventud fue pasando, si bien a pesar de todo, luchó por mantener vivo su romanticismo.
Pero ahora, la tristeza, invadía la casa. La casa toda. El piano cerrado, brillando magnífico en el rincón, había enmudecido. Habían cesado sus notas armoniosas, aquellas que perdiéndose y resonando estancia por estancia, pasillo por pasillo, pared por pared, hasta el jardín trasero de la casa, la habían inundado de dulce y armoniosa paz. Incluso el surtidor de la fuente, aparecía seco, de ignorado rumor, perdido su encantamiento, huérfano de la notas de Granados. El brillo de las flores y el parterre, aparecían tristes, desolados...La tristeza más fría, desde ahora, habitaría la casa.
En la primera planta, familiares, amigos y conocidos rodeaban el féretro en silencio. La escalera volvió a aparecer estrecha, por la cantidad de ramos y coronas recibidos. Los deudos se observaban con expresión lastimosa, perdidos en su propia lastima. Algunos sonrieron levemente, al encontrarse intentando romper el tedio de la dilatada y triste espera. Se miraban, se volvían a mirar escrutando el rostro de los otros, tratando de encontrar en ellos, cualquier sentimiento que no fuera una fría indiferencia. Los más viejos no cesaban de observar a aquella niña que acababa de entrar en la pubertad vestida con medias negras.
Todas las mujeres presentes, apenas terminar de secarse los ojos, recurrían al espejo de mano, para limpiar el rimel corrido de sus pestañas. La Sra., viuda de don Nicolás, Notario, situaba las flores sobre el negro féretro de su amado como tratando de conseguir, el mejor efecto visual. Un grupo de empleados de la Notaría, se movían solícitos en su intento por ayudar a sostener los ramos de flores..
Los niños seguían alejados del lugar en donde D. Nicolás, Notario, el abuelo, yacía. La vida es dura - cuanto antes lo entiendan mejor – había insistido la abuela. Los más pequeños, observando desde el ancho pasillo, no entendían por qué ni para qué, los situaron allí ; todos y cada uno, primos y hermanos, lloraban.
Un retrato de D. Nicolás, el cual presidía la estancia, oteaba desde la altura. Más de un deudo, amigo, o conocido, apartó la mirada de sus ojos de tela. Parecía como si dejara caer la ataraxia de su mirada sobre su propio ataúd.
¿ Está realmente ausente, el que hemos dado en llamar, el ausente ? – se preguntó más de uno - después de bajar la vista del enorme cuadro.
El sobrino inglés de D. Nicolás, fumaba pensativo, pensaba...no sé...no sé...si la herencia dará para pagar siquiera el billete de avión. Su prima, la virtuosa del piano, la artista tan sensible, perecía estar interpretando su pensamiento; la distancia crea estas actitudes – pensaba ella – ya no hay color, es mejor ser fuertes – se convencía sin llegar a convencerse – pensando que perdemos la humanidad inmersos en la anomia ciudadana que nos ha tocado vivir.
Aparecieron los empleados de la empresa funeraria. Alzaron el cajón, un bello cajón, pero un cajón, con la pericia infalible, habituada a manejar lo inerte, de los conscientemente indiferentes. De pronto, las notas inconmensurables y solemnes de la Marcha Fúnebre de Chopin, como un póstumo homenaje de la hija mayor del muy estimado D., Nicolás, Notario, para sorprender a todos, ascendieron cadenciosas desde el hueco de la escalera.
Uno de los portadores del féretro, dio un traspiés. Inesperadamente, tambaleó el ataúd y estuvo a punto de venirse al suelo.
Rompiendo el sobrecogedor silencio, la voz ensimismada y ausente, de la viuda de D. Nicolás, Notario, exclamo en voz alta; ¡ menos mal que se le ocurrió ensanchar la dichosa escalera ¡
Robertboresluís
PdeA Octubre de 1994
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