Llevábamos dos semanas sin vernos, ya estaba algo alarmada, y no era solo por tu ausencia, sino que los hechos daban paso a la preocupación.
Recientemente nuestro país fue azotado por un terremoto que no se veía venir hace ya varias décadas, y entre la tranquilidad propia de los constructores, dominando los cerros con altas torres en los que viviría la gente y la impasibilidad de los jóvenes frente a los temblores, nos volvimos incrédulos y hasta imprudentes.
Días anteriores, tras meses de conocernos y de volvernos risibles solo con nuestra presencia frente a frente, me tomaste de las mejillas y me susurraste, solo a centímetros de mis labios: “Moriría feliz si este se tratase del último minuto de mi vida”. Al principio aquello me pareció demasiado cariñoso, y no pude evitar el sentirme azorada y confundida, el mundo es tan austero, o al menos eso pensaba en ese tiempo, pero mis pies parecían sordos ante la súplica de volver e, inmóvil, como nunca pensé que me dejarías, acercaste tus labios un poco más, rozando los míos, que se entreabrían para recibir tu cálido beso.
Desde aquel entonces los días se volvieron largos y monótonos en tu ausencia, parecías ocupar gran parte de mis pensamientos. No podía evitar conmemorar con una sonrisa cada una de tus caricias y abrazos, el mundo estaba a nuestra disposición, el amor era nuestro y no un sinnúmero de poemas bien pensados por Neruda.
Pero comenzaron los temblores y, con ellos, los rumores que intentaban opacar nuestro amor.
Una tarde me tomaste de la mano y me llevaste, silencioso, a la plaza. Aún recuerdo la expresión que adoptaste… tenías el ceño fruncido y, pese a que resultaba somero, juzgué por tu apariencia el que existía este asunto que te perturbaba.
-Me llamó el servicio y no tengo excusa para quitármelo de encima- recuerdo que te oí decir, entreabrí mi boca, embargada por la sorpresa y te abracé.
-¿Pese a que dicen que habrá un terremoto? ¿Es que acaso no les importa?- lloriqueé, desesperada, la simple idea de que estuvieses a miles de kilómetros me asustaba, pero… ¿No saber si estabas vivo en una catástrofe como aquella? , el mundo parecía haberse vuelto sucio y traicionero, no quise soltarte. Poco a poco me apartaste, con la suavidad con la que siempre me has tratado y me sonreíste.
-¿Haz escuchado mago de oz alguna vez?- negué extrañada ante tu pregunta, me sujetabas de los hombros, sosteniendo mi mirada y susurraste, cantando torpemente debido a las lágrimas que se agolpaban en tu garganta…- Cuando veas una estrella fugaz, guárdala en tu corazón… es el alma de aquel que consiguió dar a los suyos su amor, cuando oigas a un niño preguntar ¿por qué el sol viene y se va? Dile porque en esta vida no hay, luz sin oscuridad-
Al principio no entendí demasiado, y seguí pensando en ello incluso cuando te fuiste… días después el terremoto cayó sobre nosotros, arrasando construcciones y personas, todos por igual, pobres y ricos murieron bajo el mismo juicio, sin discriminar ni un instante. Claramente yo sobreviví… pero... ¿Y tú? ¿Dónde estás? He pasado varias noches en vela esperándote, mirando el cielo como si él me diera una respuesta y, hoy finalmente lo he conseguido, miré una estrella fugaz y ella se impregnó en mí, porque, tras ella, pude visualizar tu sonrisa y hasta sentir tu abrazo…

Aún estás vivo…

El cielo me lo dijo esta noche…y te vi en una estrella fugaz, tal como tú lo dijiste.
Mi hermano se ha acercado a mí, acurrucándose entre mis brazos, temeroso del desastre y de la pobreza en la que ha quedado el país. Con tristeza me pregunta, musitando suavemente: ¿por qué hace unas semanas estábamos tan bien y ahora la gente se muere en las calles, sin casa, asaltada, desesperanzada?
Y yo le respondí, con lágrimas en los ojos: Porque en esta vida, no hay luz sin oscuridad.