Al caer la noche, los primeros rayos platinados descendían prestos devorando a cada paso oscuridad con mortecina luz. Con la luna ya bien alta en la bóveda celeste, su fantasmagórico manto se extendía por el espacio etéreo, incitando al fiero lobo a conmemorar la noche con lastimero aullido.
Desde oscuros recovecos comenzaban a abrirse los ojos avizores, a relamerse los hocicos asesinos., ya las ansiosas garras ansiaban destazar al desprevenido forajido. El mensaje estaba dado.
El llamado a la sangre se extendió hasta el ultimo confín del negro bosque que se alimentaba de carne y espíritu desde hacia largo tiempo. Al percibir el ambiente la mujer guerrera no pudo evitar sentir temor y con más fuerza empuño su lanza y apretó el paso. Ya al mismo trote de sus compañeros se sintió menos ansiosa. Los otros cuatro también temían pero ninguno daba marcha atrás. Debían alcanzar a los demás que les aventajaban a dos días de camino y el único atajo que los pondría a tiempo era este bosque maldito. Al avanzar el gélido aire que respiraban congelaba sus pulmones y la afilada maleza les cortaba la carne, como si quisiera beberles las mismísimas entrañas. Poco apoco el guía se iba rezagando con respecto a los otros, cada vez mas debilitado su cabeza comenzaba a girar y sus miembros parecían adormecidos. Los mercenarios poco se inmutaban y la única que de cuando en cuando volteaba sus espaldas era la amazona que le preguntaba a tiempos su condición al guía. Poco mas adelante el nigromante había tomado la punta. Siempre adelante con respecto a los demás, no dejaba asomar su rostro de esa capucha desgastada y rota. Su hedor invadía las narices de cuanto ser se le acercaba y un enjambre de moscas y otros bichejos voladores velaba su sórdida figura. Los ojos de tan oscura silueta parecían siempre cerrados y si alguna vez los abría, estos parecían irradiar dos llamas extraídas de las calderas del mismo infierno. Algunos pasos detrás le seguía el guerrero de anchas espaldas y brazos como de hierro. Siempre estaba listo, siempre dispuesto a chocar sus armas con la de cualquiera que osara indignar sus raíces de guerrero. La gente de su tribu había sido guerrera y guardiana de las alta planicies de las regiones montañosas de ****. Se decía que eran depositarios de una antigua tradición de guerreros que se habían enfrentado incontables veces a toda fuerza maligna. Al igual que sus hermanos guerreros, el estaba presente siempre en todo tipo de conflicto, y desde toda provincia o paraje olvidado sus peripecias, y la de sus antepasados, eran recordadas como legendarias. A estos guerreros de hierro se les conocían como los bárbaros.
Después de haber recorrido un tramo de camino, la espesa arcilla a los pies de los guerreros comenzaba a darle paso a un camino pedregoso, que parecía perfilarse cientos de kilómetros por el firmamento. La amazona comenzaba a denotar cierta disposición de la maleza a formar una especie de sendero. A los pies de estos, piedra a piedra parecían sucederse una a la otra hasta ir formando una línea de camino casi recta.
Mientras mas avanzaban, los árboles parecían cada vez más altos. El inclemente viento nocturno se arremetía incesante contra los impávidos troncos que crujían furiosos al vaivén de sus frondosas copas.
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