Sin importar donde acontece, que la ocasiona y los intereses que existan de trasfondo, las calamitosas guerras van y vienen siempre a diferentes tiempos.
Los intereses se anteponen siempre al derecho ajeno y el bien común. Y sin importar la procedencia o formación de cierto interés, el tiempo no ennoblece la errada concepción. Siempre la formación errática o ausente con llevara a la falta de interés y a la subjetividad.
Negándose casi siempre al orden general de las cosas, la discordancia siempre acarrea polémica, y sin disposición y conocimiento de causa; la razón no se impone y la ignorancia asesta su certero golpe.
En la guerra el primero en caer es siempre la razón; a pocos pasos le sigue la libertad, abatida incesantemente por la imposición, y al final del día nos encontramos hecha pedazos la dignidad.
Al poco tiempo empieza a correr la sangre. La perfecta anatomía del hombre es despojada de su dignidad a base de violencia. Habiendo sometido la razón, el hombre no se da la oportunidad de transcender con gloria celestial, y se conforma con la terrenal al más alto coste.
Las banderas son izadas a tiempo que los himnos consuelan los temerosos corazones. El estandarte de toda una nación resplandece digno en el cielo franco aguardando la tormenta: El conflicto estalla. La hora esperada pero tan temida impulsa irremediable las manecillas de un ciclo que esta por terminar para muchos que acudieron al campo de batalla. Y así, el cause de la vida hace un alto en su fluir para atestiguar la degradación de sus aguas que comienzan a teñirse de rojo.
Pero sin importar la preparación, o los medios para someter y destruir, al paso de tiempo y sangre las voluntades decaen, los significados se trasforman y los intereses se adecuan al fervor de la tormenta. En el campo de batalla se encontró en cierta medida el significado de las cosas. El valiente se reconoció cobarde; el cobarde conoció el valor empujado por el deseo de sobrevivir, y en el camino el heroísmo y la admiración. Pero en el fondo se sabe que el precio fue demasiado alto, el medio imperdonable y el fin nunca se alcanzo.
Al final, al menguar la tormenta y el cause recobrar su curso, el ímpetu del hombre, en esa vana búsqueda de control, se encuentra desnudo ante la destrucción y se avergüenza; pero no por mucho tiempo, pues el hombre sucede al hombre y junto con este los tiempos cambian, las necesidades surgen y la versatilidad del hombre hará su parte.
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