Y te encontré acostada. La luz del atardecer entraba por las rendijas de las persianas, y rebotaba en cada poro de tu piel, en cada recoveco de tu pelo rojizo, y lo incendiaba en miles de reflejos carmesí. Estabas profundamente dormida, y tus pechos subían y bajaban ritmicamente, siguiendo una musica que venía desde lo más profundo de tu ser. Tu rostro reflejaba la paz que te daba un sueño placentero, y por un instante sonreíste, y fuiste más bella que nunca. Tus piernas estaban relajadas, un poco de lado, haciando que se destacaran tus caderas amplias, escondiendo tu pubis en la sombra.
Tu cuerpo me invitaba a zambullirme en los retazos más íntimos de tu piel, violar tu sueño y despertarte en un grito ahogado, sientiendo toda tu piel contra la mía, la humedad de tu sexo, el calor de tu saliva en mi boca, ese instante tan efímero y eterno a la vez. Nos dormimos enredadas en las sábanas, piel contra piel, sientiendo los aromas que quedan en el aire después del sexo, un olor dulzón, delicado, suave. Te despertaste en medio de la noche, temiendo que yo no estuviera ahi. Pero ahi estaba. Me desperté y te ví, caminando desnuda en la habitación. Me miraste y te dije "en el centro del amor estabas vos, esperándome". Sonreíste otra vez, y volviste a mí, pelizcaste mis rincones más secretos, para demostrarme que no era un sueño, y me besaste, para decirme que nunca te irías.
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