Sólo quería decirle, expresarle, contarle que hoy de su voz necesitaba el alimento, en esta noche fría, para variar; donde la brisa de allá del malecón se aproximó presurosa y agresiva contra mi rostro, ese que usted cogía con ternura para estampar un besos en esas grandes mejillas, como usted solía decir entre su delirio amoroso: ‘a veces Lima no necesita de luna, porque tú tienes bajo la mirada, lucero de otoño de invierno’, y de infierno.
Luego de enfriar mi rostro, cual escalofrío por todo el cuerpo, tu ausente voz invadía mis tibias esperanzas. Cuello, pecho, brazos, manos, vientre, se detuvo un minuto en mi sexo y continuó por las piernas hasta la punta de los pies…desde aquel momento no han cesado las tormentas en mi torrente, mis neuronas se rehúsan a hacer sinapsis racional; el seno, la mama, mi teta afectiva ha llorado cantando yaravíes cibernéticos, asustadas están sus estrofas de no encajar en las tonadas que mi distorsionado corazón emite.
Sostuve al inicio que esta la última carta para usted sería, sin imágenes, sin márgenes, sin versos ni besos estampados, sin reclamos, no, no, para nada, no tengo que reaclamar a su persona, sólo denunciaré ante el juez sobre su insolencia y su impaciencia, de sus tardes de apestoso silencio, de sus hipócritas sonrisas, de mensajes instantáneos a la maquinita, esa enviruladita tecleadera encallosadora de índices y pulgares. Debería denunciarlo por acechar mis sueños, adueñarse de mis celos y modificar mi cabello. Deberían apresarlo por contar historias de magos secretos que viven en mi armario. Deberían condenarlo a cadena perpetua o pena de muerte por pedir mi mano en falso, por no recibir un regalo mío, por no beber mis lágrimas.
Esta noche debería usted ser decapitado por no auxiliarme al instante de mi exilio, por esconder tras las cortinas esas sus manos tibia, debería despedirse usted esta noche por todas aquellas que lo evoqué con insistencia y usted bah! Usted no creía en mis dolencias, esas provocadas por la angustia de no tenerlo, de esperarlo de amarlo, debería morir usted esta noche por no leer esta carta de cauteloso reproche.
Con el amor que se suele sentir
Yo, la mujer que no lo pudo seguir.
P.D. Salude a mis memorias allá en el cementerio.
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