La vi sentada en el paradero, con su esplendoroso pelo rubio, su brillante sonrisa y su hermosa figura, esperando la micro hacia San Carlos con sus compañeras. Vestida con jumper y corbatín, sostenía una mochila rosada entre las piernas.
No sabía como decírselo, mi corazón latía cada vez más fuerte imaginando el anhelado momento en que me declararía. Necesitaba un poco de intimidad con ella, no podía decírselo con todas sus amiguitas ahí, por suerte muchas de ellas se empezaron a marchar.
Por fin, la encontré sola, podría pronunciar las palabras encerradas dentro de mi boca que esperaban salir como una ráfaga. Caminé simulando una gran tranquilidad a pesar de estar completamente ansioso.
Al acercarme, decidí que era mejor esperar por un momento. Me senté al lado de ella y sentí su delicado perfume, luego empecé a pensar en cómo romper el hielo: un “¿Hola cómo estas?” o tal vez un “Mi amor tengo algo que decirte…”
Lamentablemente no tuve mucho tiempo para preparar algo, la micro se aproximaba.
Debía actuar rápido, sin rodeos, ir directo al grano, era ahora o nunca. Tome su mano, la miré a los ojos, saqué el cuchillo y le dije: “¡pásame el celular!”.
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