Miro su muñeca, las agujas del reloj marcaban las 6:45, el tren estaría a punto de llegar a la estación. Llevaba media hora sentado, esperando…
Pensaba en como había pasaba el tiempo. Hacía unos años que había terminado la licenciatura en psicología y por suerte, había encontrado un buen trabajo, no era relacionado con sus estudios, pero que mas daba, en algo tenía q trabajar. Necesitaba el dinero, las letras del piso no se pagaban solas.
Volvió a mirar la hora, ya eran las siete.
A lo lejos comenzaba a escucharse el silbido de la máquina, por inercia se levanto
y se acerco a la vía, una extraña sensación comenzó a recorrerle el cuerpo, estaba sudando, temblando, sentía nauseas, sus manos estaban mojadas e incluso se le había nublado la vista. Tenía ganas de llorar, odiaba sentirse así, siempre le ocurría lo mismo cuando iba a subirse al tren. Era incapaz de hacerlo.
Se ladeo y cuando el tren dejaba la estación se restableció de su estado de sock. A menudo se preguntaba cuantos trenes a lo largo de su vida había dejado marchar.
Se había convertido en todo un ritual. Después del trabajo, cada tarde, se acercaba a la estación a esperar el tren de la siete, con la esperanza de algún día ser capaz de subirse.
Algunas trenes sólo pasan
una vez en la vida.
A Carolina
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