El Viejo Loco que según todas las evidencias había sido muerto por la policía, por viejo, por loco, y especialmente por hablador y charlatán, reapareció en la Aldea después de un largo tiempo. “Mire que hablar contra la autoridá, contra el señor gobernador y señor presidente, ¿donde se ha visto eso?”.
La aldea había cambiado en estos años. Se había vestido de Pueblo y casi de ciudad. La siembra de la soja había enriquecido a muchos aldeanos. Los tilbury se arrinconaban en los galpones mientras lujosos coches aparecían por todos lados con sonrisas regordetas. El desarrollo del pueblo había creado varias escuelas e institutos superiores. Nadie sabía bien para qué. El asunto era fabricar diplomas y muchos licenciados … quienes terminaban cultivando soja con sus padres. Pues el negocio era redondo. El mundo se había enloquecido y pedían soja y más soja a esta aldea ubicada en el hemisferio inferior, bien inferior, allá bajo donde se termina el mapa.
Era una fiesta Patria. El Jefe de la Comuna estaba en el Centro del Palco, rodeado por el Gobernador, el Presidente, diputados, militares y clérigos de muchas religiones. Una alegría pastosa cubría esas panzas infladas.
“Extraña pero promisoria coincidencia, habló el Señor jefe de la Nación. Hoy, conmemoramos una fecha patria y a su vez el día de la soja. Son casi lo mismo”.
Arreciaron los aplausos de los aldeanos bien trajeados y las mujeres con largos atuendos y brillantes collares.
De golpe, apareció el viejo loco. La escasa ropa apenas le cubría el cuerpo flaco y color gris ceniza. Tan estrafalaria figura hizo sonreír a todos. El Señor gobernador, condescendiente, lo llamó al palco. Muchos aplausos.
El viejo miró a las autoridades y a la mugrienta concurrencia que estaba de pie, abajo. Sin que nadie se lo dijera tomó el parlante y los miró a todos con los ojos como lenguas de fuego. Los volvió a mirar por segunda vez y los pelos de la cabeza se le erizaron. Hombres y mujeres se llevaron la manos a la boca. Temerosos.
Y el viejo habló:
“Los que están aquí arriba se dicen autoridades y viven mintiendo a los que están por debajo. Y todos se hacen los sotas, ¡sinverguenzas!”.
Los policías se acercaron , pero el Presidente los mantuvo a raya. No había ningún peligro. Un ratito nomás, para diversión del pueblo soberano.
“Claro que están haciendo guita, con la siembra de la soja …No les importa un comino que mueran niños cuando esparcen los bioquímicos para matar insectos y apurar el crecimiento. Les importa un carajo esta tierra. Quedará yerta, seca, estéril por cientos de años. Nada crecerá. Morirán raquíticos los descendientes. Construyen escuelas para idiotizar mas a la gente, ¡malditos!, y así concretar mejor sus negocios. Y además, Señor Presidente, que vengan las pasteras del Norte, que vengan todas y llenen esta tierra para Ustedes bastarda. ¡Mil veces malditos!”.
Estas palabras eran intolerables. Las autoridades lo cercaron e impidieron las imágenes de la televisión.
Se escuchó un grito:
“¿Saben lo que son?”.
Entre el murmullo se oyó la voz entrecortada del viejo loco:
“¡Hideputas”.
Las autoridades políticas entregaron al viejo harapiento a las fuerzas del orden, mientras los fuegos artificiales dibujaban en el cielo guirnaldas multicolores, símbolos de la felicidad panzuna y el progreso pingajo.
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